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DIVERSIDAD Y ESPACIALIDAD: SOBRE EL CONCEPTO DE
Resumen:
El artículo propone una lectura de la meseta “10000 AC. La geología de la moral (la Tierra, ¿quién se cree que es?)” desde el punto de vista de una ontología del espacio. Nos concentraremos específicamente en el concepto de estrato. En los primeros dos apartados se mostrará que todo estrato supone aspectos materiales y semióticos. Para ello se explicitarán algunos conceptos de la geología y de la lingüística utilizados por Deleuze y Guattari. Los apartados 3, 4 y 5 se ocuparán, sucesivamente, de los conceptos de substrato, epistrato y paraestrato. En la articulación de estos conceptos se juegan tres aspectos fundamentales para pensar la configuración de todo espacio actual: la territorialización, la desterritorialización relativa y la codificación/descodificación. Esta tipología de estratos da cuenta de lo diverso espacial (material y semiótico) y será estudiada a partir de algunas de las fuentes utilizadas por los autores. Se hará un énfasis especial en la obra de Pia Laviosa Zambotti, fuente crucial para comprender la tipología de estratos, como así también en ciertos aspectos del pensamiento de Jacques Monod y Jakob Von Uexküll,
claves para pensar el concepto de mundo circundante en la determinación de la noción de paraestrato.
Palabras clave: Estrato; Geología de la moral; Codificación; Territorialización; Espacio
Abstract:
The article proposes a reading of the chapter “10000 BC. The Geology of Morals (What does the Earth think it is?)” from the perspective of an ontology of space. We will deal specifically with the concept of stratum. In the first and second paragraphs we will show that every strate is composed of both material and semiotic aspects. In order to do so we will develop some notions of geology and lingüistics used by the authors. Then, paragraphs 3, 4 and 5 will deal, succesivelly, with the concepts of substratum, epistratum and paraestratum. Three fundamental aspects of actual space are configured in the articulation of these three concepts: territorialization, relative deterritorialization and codification/decodification. This tipology of strates gives an account of spatial diversity (material and semiotic) and it will be studied through some of the sources utilized by Deleuze and Guattari. The thought of Pia Laviosa Zambotti will receive special attention since her work is an essential source of the tipology of strates. Some aspects of the thoughts of Jacques Monod and Jakob Von Uexküll will also be taken into account, especially those concerning the concept of umwelt and paraestratum.
Key Words: Stratum; Territorialization; Space Geology of morals; Codification
El capítulo tres de Mil mesetas, “10000 AC. La geología de la moral (la Tierra, ¿quién se cree que es?)”, es, quizás, el texto más desconcertante de la obra de Deleuze y Guattari. Se presenta como una escena ficcional: un curioso científico ofrece una conferencia, haciendo gala de un humor grotesco y un notable desparpajo a la hora de mezclar saberes –la escena incluye un escritorio con manuales de geología y biología, pero a lo largo de la conferencia se hablará también de lingüística, etología y antropología–. El personaje no es otro que el Profesor Challenger, protagonista de una serie de relatos de Conan Doyle, no tan conocido como el célebre Sherlock Holmes del mismo autor, pero no por eso menos interesante. En contraste con la impronta racional e intachable
del famoso detective, el Profesor Challenger suele ser descripto como un personaje tan genial como desagradable, grosero, e incluso agresivo. Si la presencia de este personaje ficcional no fuera lo suficientemente sorprendente, solo en el primer párrafo los autores despliegan una serie de conceptos extraños a gran velocidad y sin mayores explicaciones: la Tierra como desterritorializada y glacial, Molécula Gigante, Cuerpo sin órganos, intensidades libres y singularidades nómades, sistemas de resonancia y redundancia, agujeros negros, procesos de codificación y territorialización que son presentados como Juicios de Dios, etc. El barroquismo extremo y la proliferación aparentemente caótica de nociones continúa en el segundo párrafo con una tipología de estratos y agenciamientos que no pueden menos que aturdir al lector. Y ese es solo el comienzo. A lo largo de cuarenta páginas la cantidad de conceptos no deja de aumentar. En el camino, el conferenciante va perdiendo su forma física hasta diluirse en lo informe. Deviene inhumano y cósmico, en una apoteosis final que produce tanta perplejidad como fascinación.
Frente a semejante texto, varias reacciones son posibles. Se podría denunciar la escasa seriedad de los autores y descartar la obra como si no fuera más que un conjunto de charlatanerías. Sokal sería el ejemplo más célebre de este tipo de recepción.1 En el extremo opuesto, se podría reaccionar con una fascinación sin matices por este tipo de experimentación estilística. Esta segunda actitud estaría en sintonía, quizás, con uno de los objetivos que Deleuze se plantea tempranamente para la escritura filosófica: “un libro de filosofía debe ser, por un lado, un tipo muy particular de novela policial, por otro, una suerte de ciencia ficción” (Deleuze 1968, 3 [2002, 17])2. No cabe duda que en la meseta mencionada los autores han llegado muy lejos en esa línea. Ahora bien, de semejante fascinación se podría decir lo mismo que Deleuze y Guattari dicen de la estratificación: resulta beneficiosa en algunos aspectos, perjudicial en otros. Beneficiosa, porque predispone para una lectura
1 Al introducir los textos de Deleuze y Guattari en su crítica de las relaciones entre ciencia y filosofía contemporánea, Sokal y Bricmont afirman lo siguiente: “La característica principal de los textos que hemos incluido es la falta absoluta de claridad y transparencia. […] Somos muy conscientes de que Deleuze y Guattari se dedican a la filosofía y no a la divulgación científica. Pero, ¿qué función filosófica puede cumplir esa avalancha de jerga científica (y pseudocientífica) mal digerida? En nuestra opinión, la explicación más plausible es que estos autores pretenden exhibir en sus escritos una erudición tan amplia como superficial.” (Sokal y Bricmont 1999, 157-158).
2 En todas las citas textuales de la obra deleuziana utilizamos la versión francesa y se consigna entre corchetes la edición castellana. Se indicará cada vez que hayamos modificado la traducción.
amorosa, siempre preferible a la amarga crítica externa. Perjudicial, porque una recepción como esa corre el riesgo de desestimar todo rigor conceptual y caer en la mera jerga. Aquí se tomará otra vía: intentaremos comprender la lógica subyacente al texto, sin que eso implique renunciar a la fascinación.3
No pretendemos, sin embargo, explicar todos los aspectos tocados por la meseta geológica. Nos limitaremos a estudiar el concepto de “estrato” en lo que tiene de aporte para pensar la diversidad espacial. Dejaremos de lado, así, gran parte del despliegue del estrato antropomórfico, que se resuelve en una investigación en torno al lenguaje y la temporalidad.4 Tampoco nos ocuparemos aquí del importante concepto de agenciamiento, cuyo despliegue merece una investigación separada.5 La diversidad espacial será explicada a partir del estrato físico
3 Julián Ferreyra ha propuesto una lectura guiada por un espíritu que creemos similar, confrontando este capítulo con la filosofía de la naturaleza de Hegel (Ferreyra 2017).
4 Esta línea ha sido desplegada recientemente en estudios que parten de la distinción (como veremos, fundamental por motivos que exceden su procedencia lingüística, aunque también conservan su relevancia para pensar en el marco de esa disciplina) entre forma y contenido, proveniente del lingüista Louis Hjelmslev (Marins Roque, 2017; Guerrezi, 2020). Alrededor de la misma distinción se articula el estudio de la noción de estrato propuesta por Gareth Abrahams para analizar prácticas contemporáneas en el ámbito de la arquitectura (Abrahams 2020). Como veremos más adelante, junto al lingüista danés, existen otras fuentes menos atendidas pero no menos esenciales para comprender el concepto de estrato en Mil mesetas.
5 Quien sí se detiene sobre este concepto en relación al texto que nos ocupa es Eugene Holland. Este comentador trata conjuntamente esta meseta con la dedicada al ritornelo, donde el concepto de agenciamiento territorial resulta, en efecto, esencial. El énfasis puesto en el tema de una “onto-estética” que oficia de marco para su estudio justifica tratar en conjunto ambas mesetas y aporta algunas claves para comenzar a ordenar los distintos aspectos del concepto de estrato. De todos modos, al no ser su tema central, este ordenamiento no deja de ser algo esquemático y preliminar (Holland 2013, 53-76). Más detallado en relación a nuestro tema resulta el estudio de Brent Adkins. Al dedicar un capítulo de su libro a cada meseta, su enfoque se acerca más a lo que aquí intentamos. De todos modos, en dicho capítulo el concepto de estrato aparece demasiado cercano no sólo al de agenciamiento, sino también al de máquina abstracta. En sus palabras, “estrato, agenciamiento y máquina abstracta existen todos en el mismo plano” (Adkins 2015, 47). Si bien esta afirmación puede estar justificada en el caso del agenciamiento, que cumple una doble función en el sistema de los estratos y puede, en efecto, ser tratado como estrato cuando cumple esas funciones (inter-estrato y meta-estrato), al aplastar la dimensión de la máquina abstracta tan enfáticamente sobre la estratificación se corre el riesgo de descuidar las distinciones ontológicas que Deleuze y Guattari intentan pensar a través de esos conceptos (en este punto el estudio de Adkins es, por momentos, oscilante). La Tesis Doctoral de Evanio Guerrezi, citada en la nota anterior, dedica un capítulo a la estratificación que también subordina en cierto sentido el concepto de estrato a los de
y el biológico. Ahora bien, ¿a qué nos referimos exactamente con “diversidad espacial”? Brevemente, digamos que el ámbito preciso de esta indagación se refiere al espacio empírico. El capítulo quinto de Diferencia y repetición comienza distinguiendo los conceptos de “diversidad” y “diferencia”, operando la segunda como condición de la primera. Es decir que la diferencia –que el mencionado capítulo despliega bajo al concepto de intensidad– es lo que hace que lo diverso sea lo que es y se dé en la forma en que se da (Deleuze 1968, 286). Así, lo diverso es el espacio empírico, mientras que la diferencia es la condición trascendental de dicha diversidad. La hipótesis que aquí ofrecemos es que el concepto de estrato, tal como se despliega en la “Geología de la moral”, permite pensar la diversidad en una serie de articulaciones materiales que configuran una compleja teoría de la espacialidad fenoménica.6
En primer lugar, examinaremos algunas nociones básicas de la geología que, utilizadas libremente por Deleuze y Guattari, permiten pensar el concepto de estratificación como proceso de formación material de todo espacio físico. En segundo lugar, veremos que esta definición material del estrato se completa con un aspecto semiótico. Desde este punto de vista, todo espacio es portador de signos. Una vez determinada esta doble articulación del estrato, mostraremos que la tipología de estratos desplegada en el capítulo que nos ocupa, lejos de ser una proliferación caótica de nociones arbitrarias, forma una compleja red conceptual que permite distinguir aspectos diversos de cualquier espacio empírico, incluyendo la perspectiva física, la biológica y la socio-histórica.7 De este
agenciamiento y máquina abstracta, dejando de lado la tipología de estratos que será desplegada más adelante en este trabajo (Guerrezi 2020, 99-121). Al igual que con el concepto de agenciamiento, dejamos de lado el fundamental concepto de máquina abstracta en este trabajo para poner la lente exclusivamente sobre la noción de estrato.
6 No podemos extendernos aquí acerca del modo en que el juego de las intensidades puede ser pensado como condición de la estratificación. Para un despliegue (aún parcial) de esa lectura, cf. Mc Namara 2019a.
7 En efecto, veremos que aún antes de ingresar en el estrato antropomórfico propiamente dicho, la meseta que nos ocupa ofrece algunos conceptos que no carecen de potencial para pensar lo social y lo histórico junto con las dimensiones geológica y geográfica del espacio empírico (potencial que no puede ser realizado en el presente artículo y queda pendiente para futuros trabajos). Se trata de una deriva hacia la filosofía práctica alternativa, entonces, a la seguida por Fred Evans (2016), que se apoya fundamentalmente en el estrato antropomórfico o aloplástico para pensar, en el cruce entre ontología, ética y filosofía del lenguaje, algunos aspectos políticos de la “geología de la moral”. Creemos, sin embargo, que una vía más fecunda para pensar lo político a partir de esta meseta viene de la mano de la cuestión ambiental. En esta línea, Arun Saldanha propone pensar un “geocomunismo” (2017, 33) que encuentra en los conceptos de estrato, filum, territorio,
modo, veremos en el tercer apartado que la noción de substrato implica que toda estratificación se apoya sobre un estrato anterior que le sirve de suelo. Luego, dedicaremos el cuarto apartado para mostrar que el concepto de epistrato supone que todo estrato se organiza horizontalmente en una red de centros y periferias cuyas huellas se van apilando en la evolución de cada estrato. Finalmente, el quinto apartado se ocupará de la noción de paraestrato, que nombra la organización semiótica del estrato a partir del concepto de mundo circundante.8 Estas tres nociones pueden ser pensadas a partir de tres movimientos fundamentales de la ontología de Deleuze y Guattari. Así, en todo espacio dado, la dimensión del substrato funciona como factor de territorialización; luego, el epistrato implica una dialéctica de desterritorialización y reterritorialización; por último, el paraestrato anuda al mismo tiempo las funciones de codificación y descodificación. Entre las tres nociones se forma el anillo central de todo estrato.
Un aspecto central de este trabajo es el estudio de las fuentes del pensamiento deleuziano, método que ha demostrado ser fundamental a la hora de desentrañar el sentido de algunos conceptos que de otro modo pueden resultar oscuros.9 Este método pone en primer plano una apuesta deleuziana que ha despertado polémicas como la de Sokal. A lo largo de
y otros, algunas de sus principales herramientas conceptuales (para un recensión crítica de este trabajo, cf. Mc Namara 2019b). El estudio de Guerrezi, por su parte, propone pensar (a partir del concepto de Mecanósfera que corona la “geología de la moral”) una “cosmopolítica de la vida” (Guerrezi 2020, 183-225). En línea con estos trabajos, por último, Juan Camilo Cajigas-Rotundo (2020) propone, desde una mirada que se podría llamar decolonial, el interesante concepto de “enredos telúricos” para pensar una nueva política y una nueva tierra, tomando la perspectiva “geológica” de Deleuze y Guattari como una de sus principales referencias teóricas. El estudio en profundidad del concepto de estrato que aquí proponemos puede aportar (al menos es nuestro deseo) algunas herramientas conceptuales para “seguir con el problema”, como dice Donna Haraway (2019).
8 Como se puede ver, a diferencia de los comentarios de Holland (2013) y Adkins (2015), que sólo mencionan brevemente estas distinciones estratigráficas, nuestro estudio se detendrá en ellas con el mayor detalle posible. Hasta donde llega nuestro conocimiento, solo Ronald Bogue ha prestado atención a la sistematicidad de estos conceptos a la hora de comprender el proceso de estratificación descripto por Deleuze y Guattari. Las dos páginas que dedica a este tema en su lectura de la “geología de la moral” son más bien descriptivas y no despliegan (como intentaremos hacer aquí) lo implícito en el texto más allá de lo dicho por Deleuze y Guattari, pero tienen la virtud de mostrar que allí hay algo que merece ser pensado (Bogue 2018, 50-52).
9 Como testimonio del alcance de este método se puede ver la colección Deleuze y las fuentes de su filosofía, dirigida por Julián Ferreyra. Los cinco volúmenes publicados hasta ahora se encuentran disponibles en: http://deleuziana.com.ar/deleuze-y-las-fuentes-de- su-filosofia/.
este trabajo seguiremos a Deleuze y Guattari en la utilización de nociones de geología, biología, química celular, etología, lingüística, transportando sus significaciones a la filosofía para formar con ellas una serie de conceptos. Teniendo esto en cuenta, Manuel DeLanda ha llamado la atención sobre un punto crucial: cuando se habla, por ejemplo, de una “geología de la moral”, y se aplican conceptos como “estrato”, “sedimentación”, “plegamiento”, y otros, a dominios que exceden la geología, no se trata de meras metáforas científicas (DeLanda 2011, 70). El propio Deleuze se ha mostrado consciente del peligro de invocar nociones científicas fuera de su contexto: “Está el peligro de una metáfora arbitraria, o bien de una aplicación trabajosa. Pero estos peligros quizás pueden conjurarse si nos limitamos a extraer de los operadores científicos tal o cual rasgo conceptualizable que remite él mismo a dominios no científicos, y que converge con la ciencia sin caer en la aplicación ni en la metáfora” (Deleuze 1985, 169 [1987, 175].
Esta advertencia tiene en la “Geología de la moral” su versión humorística. Cuando el público empieza a perder la paciencia por las divagaciones del Profesor Challenger es en parte por sus constantes saltos de una ciencia a otra, y peor aún, por sostener tesis que ni siquiera están justificadas desde el punto de vista científico. Pero nada detenía al Profesor, que “se jactaba cínicamente de hacerle hijos por la espalda a los demás. Pero éstos eran siempre engendros, errores, partes y fragmentos. Además, el profesor no era ni geólogo ni biólogo, ni siquiera lingüista” (Deleuze y Guattari 1980, 57 [1988, 50, traducción modificada]). Sin necesidad de recurrir al personaje ficcional, pero sin renunciar al sarcasmo, Deleuze parece responder a la misma acusación en otro texto:
¿Por qué no tendría derecho a hablar de medicina sin ser médico si hablo de ella como un perro? ¿Por qué no tendría derecho a hablar de la droga sin ser drogadicto si hablo de ella como un pájaro? ¿Por qué no podría inventar un discurso sobre cualquier cosa, incluso aunque se trate de un discurso completamente irreal o artificial sin que se me tengan que reclamar los títulos que para ello me autorizan? Si la droga produce a veces delirios, ¿por qué no podría yo delirar sobre la droga? (Deleuze 1990, 22 [22])
El desparpajo de estas afirmaciones no debe opacar el costado serio del asunto. Como muestran Deleuze y Guattari en ¿Qué es la filosofía?, en estos cruces se trata de extraer de una función científica o un percepto artístico algún(os) rasgo(s) conceptualizable(s) para una búsqueda
específicamente filosófica.10 En este trabajo, la pertinencia de esas apropiaciones no será evaluada en cuanto a su aplicabilidad o exactitud científica, sino solo según los criterios de lo relevante o lo interesante que Deleuze ha propuesto para la construcción de sentidos en el campo de la filosofía. Cada vez que tomamos nociones de las ciencias lo hacemos exclusivamente para esclarecer conceptos desde un punto de vista estrictamente filosófico. Hechas estas aclaraciones, pasemos sin más preámbulos a examinar el concepto de estrato.
La geología de la moral describe el proceso de estructuración de la Tierra a partir de la formación de estratos. Para definir esta noción Deleuze y Guattari recurren en primer lugar al vocabulario de la geología. Los estratos son definidos como “Capas, Cinturas” (Deleuze y Guattari 1980, 54 [1988, 48]). Desde un punto de vista dinámico se los puede describir como fenómenos de espesamiento: “acumulaciones, coagulaciones, sedimentaciones, plegamientos” (627 [512]). Son capas rocosas continuas y paralelas que agrupan materiales sedimentarios diversos, los separan y clasifican, acentuando sus diferencias al solidificarlos en formaciones compactas (Duque Escobar 2016, 204-5). Estas capas están limitadas por superficies horizontales laterales, que los geólogos llaman “muro” y “techo” de cada estrato. El continuo espacial así configurado es, por otra parte, signo de una unidad temporal que expresa la continuidad de un depósito sedimentario determinado. La interpretación de estos signos permite a los geólogos fechar los acontecimientos que dieron forma a la Tierra a lo largo de milenios. La definición del concepto de estrato es entonces al mismo tiempo estructural y genética, espacial y temporal. Por último, no hay que representarse el estrato como un bloque monolítico. Al contrario, los geólogos distinguen entre distintas clases de estratos según el tipo de laminación. Una lámina es una “capa de espesor inferior al centímetro diferenciada dentro de un estrato” (Vera Torres 1994, 23). La laminación es entonces una división interna al estrato y le da su carácter
10 Así, en el caso específico de la relación entre conceptos filosóficos y funciones científicas, que es el que mayores controversias genera, “un concepto puede tomar como componentes los functores de cualquier función sin adquirir por ello el menor valor científico” (Deleuze y Guattari 1991, 111 [1993, 117]). Eugene Holland ofrece un comentario convergente con esta perspectiva al analizar la meseta que nos ocupa (Holland 2013, 56).
distintivo. Existen estratos sin laminación interna, con laminación paralela o con laminación cruzada, como se puede ver en el siguiente gráfico.11
Siguiendo con libertad estas nociones de la geología, Deleuze y Guattari hablan de una doble articulación relacionada con dos momentos en la formación de un estrato: sedimentación y plegamiento. Cada una de estas articulaciones tiene a su vez una forma y una sustancia. La primera articulación se encarga de seleccionar entre partículas sueltas inestables – sustancia de la sedimentación– a las que impone un cierto ordenamiento estadístico de sucesión y unidad –forma de la sedimentación–. Este proceso de selección y extracción forma un orden entre elementos que a partir de allí constituyen un conjunto metaestable. La segunda articulación construye, a partir de la selección anterior, estructuras estables y funcionales, sólidas y compactas –forma del plegamiento–, y constituye los compuestos molares que materializan esas estructuras –sustancia del plegamiento–. Aquí ya no se trata de un orden, sino de una organización segmentaria. De una articulación a otra se pasa de lo molecular a lo molar,
11 Gráfico extraído de Vera Torres 1994. 22. Si bien este concepto no aparece en Mil mesetas, sí lo hace en Foucault, para caracterizar los estratos en tanto formaciones históricas: “el saber solo existe en función de «umbrales» muy variados, que determinan otras tantas laminaciones, fracturas y orientaciones sobre el estrato considerado (Deleuze 1987, 58 [1988, 79], traducción modificada y énfasis añadido).
de lo flexible a lo duro: las partículas sueltas son seleccionadas y ordenadas primero; compactadas en formaciones sólidas después. Para dar cuenta de este proceso, los autores utilizan una extraña imagen teológica, según la cual los estratos serían algo así como Juicios divinos que imponen formas sólidas y estables a la materia que, en sí misma, es informal. Este extraño Dios geológico sería una suerte de bogavante que selecciona partículas con una pinza, y pliega o comprime la materia seleccionada con la otra. La Tierra sería primigeniamente un fluir libre de partículas cuya “libertad” se vería interrumpida por esta doble acción. El gran bogavante aparece entonces como una máquina de tortura que hace “bramar a la Tierra” (Deleuze y Guattari 1980, 53 [1988, 47]).12
Esta imagen es potente pero engañosa. Sugiere una suerte de divinidad trascendente y monstruosa que violenta el cuerpo de la tierra. Las formaciones geológicas que habitamos serían los efectos de esa tortura. Sin embargo, no hay que olvidar que el Dios deleuziano, si lo hubiera, debe ser pensado como el Dios de Spinoza, es decir, como la Naturaleza misma –Deus sive Natura–. Las fuerzas de selección y compresión que actúan en la estratificación no vienen, entonces, de un demiurgo trascendente, sino de las intensidades inmanentes a la Tierra.
Veamos un ejemplo de doble articulación: consideremos un río que desciende desde una montaña erosionada hasta desembocar en el mar. Los ríos se pueden pensar como verdaderos operadores de procesos de estratificación como los descriptos por Deleuze y Guattari. En efecto, el río actúa como ordenador y compactador hidráulico de materiales rocosos. Estos suelen ser trasladados, en un recorrido largo y accidentado, desde la montaña hasta el fondo del mar, donde comienzan a acumularse hasta formar rocas sedimentarias. En el punto de partida hay guijarros de diversos tamaños y consistencias, algunos más y otros menos erosionados. Según su peso, consistencia y forma, reaccionan de distintos modos a la fuerza que sobre ellos ejerce la corriente. Hay partículas tan pequeñas que se disuelven en el agua. Otras rocas, más consistentes pero aun pequeñas, son transportadas a gran velocidad –se podría incluso decir que “vuelan” cerca de la superficie del río. Otras, de un tamaño mayor, describen un movimiento más turbulento, con avances y retrocesos. Las más grandes y pesadas, por su parte, son arrastradas lentamente, rodando por el fondo del río hasta llegar al mar. Todo esto depende, por supuesto, de la intensidad de la corriente –un río demasiado calmo no movería las piedras más
12 Los autores se inspiran aquí en uno de los cuentos de Conan Doyle protagonizados por el Profesor Challenger: “When the World screamed”.
pesadas–. Esta diferencia de velocidades en el traslado produce ya la primera articulación, al seleccionar y agrupar los guijarros según su tamaño, peso, forma, etc. Es decir que son depositados sobre el fondo del mar en grupos más o menos ordenados y separados por semejanza. Este es el proceso de sedimentación propiamente dicho. Luego, estos componentes sedimentados entran en un segundo proceso, que se podría llamar de solidificación, operado por sustancias presentes en el agua (por ejemplo, el silicio), que actúan como un cemento natural, llenando los poros y compactando las piedras en una formación molar consolidada, maciza: la piedra sedimentaria. Hay aquí una estructura que ya es estable y sólida. Manuel DeLanda –de quien extraemos el ejemplo–, llama a estos procesos repartición y consolidación, pero se corresponden con la doble articulación de la geología de la moral (DeLanda 2011, 71-72).
Este tipo de ejemplo geológico es solo la forma más simple de estratificación. Los autores pasan pronto al segundo gran espesamiento al que es sometida la Tierra: la estratificación orgánica. Nuevamente se aplican aquí las dos pinzas, los dos tiempos de estratificación que constituyen como dos segmentaridades distintas,13 dos tipos de corte que, a medida que se pasa de un sistema a otro, se van complejizando cada vez más.14 El estrato orgánico supone un escalonamiento de tres niveles, en cada uno de los cuales se opera una doble articulación: la morfogénesis, la química celular y el código genético. En todos lados se ve el mismo proceso: por un lado, selección y ordenamiento de materiales moleculares –la fibra proteica en el nivel morfogenético; reacciones y motivos químicos de las moléculas más pequeñas a nivel de la química celular; secuencia de unidades proteicas a nivel del código genético–; por el otro, plegamiento y organización de estructura estables –órganos en el primer nivel; las moléculas grandes en el segundo; las unidades nucleicas en el tercero–.
El tercer gran estrato está relacionado con el lenguaje. Se lo podría llamar estrato antropomórfico, aunque los autores evitan todo esencialismo humanista y se concentran en los movimientos materiales que forman su
13 “La segmentaridad pertenece a todos los estratos que nos componen” (Deleuze y Guattari 1980, 254 [1988, 214, traducción modificada]).
14 Ya en Diferencia y repetición, Deleuze decía que “cuanto más complejo es un sistema, más valores propios de implicación aparecen en él” (Deleuze 1968, 329 [2002, 380]). El concepto general de “estrato”, en tanto excede su límite geológico para nombrar las grandes formaciones que habitan el mundo, parece una variación sobre la teoría de los sistemas propuesta en 1968. En efecto, así como allí se hablaba de sistemas físico, biológico y psíquico, en Mil mesetas asistimos a una exposición que comienza por el estrato geológico, pasa luego al biológico, para terminar en el aloplástico.
individuación.15 Una de las características principales de este estrato es la desterritorialización de los signos vocales, que adquieren una “linealidad temporal” que se diferencia de la linealidad genética del estrato orgánico, que es “ante todo espacial” (Deleuze y Guattari 1980, 81 [1988, 67, traducción modificada]). Dado que aquí interesa el problema del espacio, no se profundizará en el entramado de este estrato, ya que esto implicaría un desvío hacia la temporalidad y la filosofía del lenguaje.
Dejar de lado el lenguaje no implica, sin embargo, ignorar el aspecto semiótico del espacio. En efecto, a lo largo de toda su carrera, tanto en solitario como junto a Guattari, Deleuze se ha esforzado por construir una semiótica no lingüística, sino ontológica.16 En esta línea, es necesario prestar atención al entramado conceptual que los autores extraen de Hjelmslev para referirse a las realidades de los estratos que son esencialmente ajenas al lenguaje humano. Este autor se ocupaba del lenguaje, “pero precisamente para extraer de él «la estratificación»” (Deleuze y Guattari 1980, 58 [1988, 51]), es decir, una función que va más allá de su aplicación específicamente lingüística.17 Es por eso que, licencia poética mediante, el Profesor Challenger puede presentar a Hjelmslev como un geólogo spinozista. En efecto, Hjelmslev no es considerado aquí como lingüista. Deleuze y Guattari lo transforman en una suerte de filósofo de la Tierra. Los conceptos que aquí importan son contenido y expresión. Alrededor de ellos se construye una suerte de grilla de la doble articulación
15 “Sumaria y tradicionalmente se distinguen tres grandes estratos: físico-químico, orgánico, antropomórfico (o «aloplástico»)” (Deleuze y Guattari 1980, 627 [1988, 512]).
16 Es este uno de los tantos hilos que se puede seguir para recorrer la obra deleuziana, pasando por la sintomatología nietzscheana, el aprendizaje proustiano, el primer género de conocimiento en Spinoza, el sistema de los regímenes de signos en Mil mesetas y los signos del cine extraídos del pensamiento de Peirce, por nombrar solo algunas de las paradas principales de ese recorrido posible.
17 En este sentido, el diálogo con el lingüista danés tiene una notable evolución entre el primer y el segundo tomo de Capitalismo y esquizofrenia. Su teoría es referida en El Anti- Edipo como “la única teoría moderna (y no arcaica) del lenguaje” (Deleuze y Guattari 1972, 289 [1973, 257]), en la medida en que es la única que renuncia verdaderamente a la trascendencia del significante en favor de un estudio inmanente que opera a través de flujos de contenido y expresión. Más allá de este enfático homenaje, allí se trataba aún de filosofía del lenguaje. En Mil mesetas, en cambio, se da un alcance mucho más general a esos conceptos.
que constituye la estructura de todo estrato.18 Veamos más de cerca estas nociones.
En la meseta que nos ocupa, se llama materia a la Tierra en tanto dimensión no-formal de intensidades puras y singularidades libres. Los conceptos hjelmslevianos de contenido y expresión son utilizadas para nombrar de otro modo –y por lo tanto, subrayar otros aspectos de– las dos articulaciones que emergen de esa materia primera. El primer equívoco a evitar es confundir esa distinción con la más habitual de contenido y forma. Las nociones hjelmslevianas de contenido y expresión tienen, cada una, sustancia y forma (Hjelmslev 1971, 73-84). Es decir que, mientras la materia fundamental es puramente intensiva e informal, la doble articulación opera como constitución de una doble forma, cada una con su aspecto material correspondiente. La primera articulación corresponde al contenido del estrato. Este contenido tiene su propia sustancia en las materias seleccionadas –en el ejemplo de la roca sedimentaria, las partículas transportadas y repartidas por el río–, y su forma en el ordenamiento del que son objeto –su orden estadístico de sucesiones y uniones en el fondo del mar–. La expresión del estrato es caracterizada como segunda articulación que tiene a su vez una forma –en tanto se trata de una estructura sólida y funcional– y una sustancia –compuestos molares compactos que resultan de la fusión de elementos moleculares–. Todo estrato tiene esa doble cara: articulación de contenido, articulación de expresión.
No hay que apresurarse, sin embargo, a esquematizar con rigidez estas distinciones. Por ejemplo, a pesar de que los casos que vimos den esa impresión, la distinción entre lo molar y lo molecular no siempre coincide con las formas de expresión y contenido respectivamente. Por otro lado, una articulación de contenido puede funcionar también como forma de expresión con respecto a otro contenido, y viceversa. La doble pinza está por todos lados en el plano de los estratos –desde este punto de vista, hay que decir que las láminas que dan a un estrato geológico su configuración particular también están doblemente articuladas–. Eso implica que una forma de contenido puede funcionar en otras relaciones a partir de su propia subdivisión en expresión y contenido. La multiplicidad dicotómica del estrato puede proliferar indefinidamente según las conexiones a las que sea sometido. Es así que contenido y expresión “eran las dos variables de una función de estratificación. No solo variaban de un estrato a otro, sino
18 “Si el lenguaje tenía una especificidad, y por supuesto la tenía, esta no consistía ni en la doble articulación, ni en la cuadrícula de Hjelmslev, que eran caracteres generales de estrato” (Deleuze y Guattari 1980, 58 [1988, 51]).
que se dispersaban la una en la otra, y se multiplicaban o dividían al infinito en un mismo estrato” (Deleuze y Guattari 1980, 59 [1988, 52]).
Ahora bien, ¿qué agrega esta descripción a la desarrollada a partir de nociones geológicas? La respuesta parece evidente: la utilización de nociones que vienen de la lingüística para comprender procesos materiales que nada tienen que ver con el lenguaje apunta a resaltar el carácter semiótico-expresivo del espacio. Este aspecto de la estratificación no podía ser pensado adecuadamente con las nociones puramente geológicas de “sedimentación” y “plegamiento”. Por eso, si bien la entrada de Hjelmslev puede resultar sorprendente en el contexto de la “conferencia” de Challenger, el movimiento está plenamente justificado desde el momento en que, como ha subrayado James Williams, una cierta semiosis era ya una de las características fundamentales de la ontología del espacio en Diferencia y repetición. Allí, dice Williams, la intensidad aparece no solo como el noúmeno más cercano al fenómeno, sino también como “la condición de significado y relevancia en un espacio bien ordenado” (Williams 2003, 171). Distintos sectores de un espacio extensivo tienen significados diversos: hay ciertos recorridos que son relevantes, otros son por completo ordinarios. Va de suyo, por otra parte, que individuos diversos pueden otorgar diferentes sentidos a un espacio particular, por motivos que pueden ser personales, históricos, estéticos, biológicos, etc. Nada en el aspecto puramente extensivo permite establecer esa diferencia de significado, sino solo algo expresado en ese espacio. En este contexto, cabe recordar que, en Diferencia y repetición, el fenómeno era pensado como un signo que fulgura en el cruce de intensidades heterogéneas (Deleuze 1968, 286). De este modo, los fenómenos no son meros hechos extensivos cuantificables, sino que también poseen cualidades que constituyen toda una semiótica. Desde el punto de vista de esta doble articulación, la estratificación da cuenta de un aspecto esencial de la ontología deleuziana: toda cosa tiene sentido; toda realidad, incluso la más baja, expresa una potencia de la naturaleza. La estratificación se bifurca así en dos órdenes ontológicos: extensiones y cualidades; organismos y especies; contenidos y expresiones; y, como veremos, territorios y códigos.
Cuando se habla de procesos de selección y ordenación molecular por un lado, y de estructuración y organización molar por el otro, como de las dos articulaciones que constituyen un estrato geológico, es necesario
ver en la sedimentación y el plegamiento geológicos una instanciación entre otras de un tipo de proceso que también involucra dimensiones no geológicas de la realidad. Esta extrapolación de conceptos geológicos para pensar otras dimensiones de lo real tiene su antecedente en la paletnóloga19 Pia Laviosa Zambotti. Esta autora es mencionada por Deleuze y Guattari como una fuente crucial para el desarrollo del concepto de estrato (Deleuze y Guattari 1980, 69). Ya se dijo que la definición habitual del concepto de estrato supone no solo una dimensión estructural, sino también genética. Es decir que el estrato también implica tiempo. Pues bien, Laviosa recurre a la estratigrafía para fechar las civilizaciones que investiga y, sobre todo, para comprender la estructura de los movimientos y contaminaciones mutuas sufridas por las culturas a lo largo de los milenios. Dado que su investigación es prehistórica, es decir, que no se basa en documentos escritos sino en materiales arcaicos extraídos de excavaciones en los territorios, “la estratigrafía espacial puede conducir a resultados felices, bien aplicada a la Paletnología” (Laviosa 1958, 96). Del cruce entre esas dos disciplinas, intervenido a su vez filosóficamente por Deleuze y Guattari, surge una nueva serie de distinciones en el seno de la estratificación. Según la primera, se entiende que cada estrato está íntimamente relacionado con un substrato, y puede funcionar a su vez como substrato de otro. Así define Laviosa este concepto:
¿Qué se entiende por substrato? En sentido arqueológico se denomina substratus aquella cultura que, en una estratificación, se encuentra situada debajo de otra. Fenómeno frecuente del substrato consiste precisamente en su capacidad de impregnar o contagiar más o menos a la cultura invasora. En Etnología componen el substrato aquellas poblaciones tenidas por más arcaicas por el tipo racial, lengua, cultura y posición geográfica que ocupan (1958, 75-6).
Toda estratificación cultural se hace ya sobre la base de un substrato anterior, cuya influencia sobre la estratificación más reciente habrá que evaluar en cada caso. La paletnóloga italiana muestra numerosos ejemplos en los que una cultura colonizadora, o simplemente en expansión, al encontrarse con las poblaciones originarias de un nuevo territorio enfrenta una reacción del substrato que necesariamente la transforma. Esta reacción se puede producir de múltiples maneras y en infinitos grados de intensidad, dependiendo de la vitalidad y el grado de complejidad de las culturas puestas en contacto.20 Como sea, el principio
19 Los italianos llaman “paletnología” a los estudios en arqueología prehistórica.
20 Un ejemplo elocuente de esto es la difusión de la cultura latina y la multiplicación de variedades lingüísticas que generó. Algo del patrimonio lingüístico indígena afluye, en
general que de aquí se puede extraer es que no hay estrato que no se haya formado extrayendo materiales de otro que funciona como su substrato. Es por eso que, para Deleuze y Guattari, los materiales que forman un estrato vienen siempre de otro estrato.
Deleuze y Guattari se separan de Laviosa en un punto esencial. Para ellos, un substrato no es necesariamente menos complejo o evolucionado que el estrato que se forma sobre él. Desde esta perspectiva, resulta fundamental “evitar cualquier evolucionismo cósmico ridículo” (Deleuze y Guattari 1980, 65 [1988, 56]). Pues bien, hay que admitir que la Historia Universal de Laviosa cae no pocas veces en esa “ridiculez”.21 Al margen de este problema, la relación de la estratificación con los substratos constituye el primer aspecto de un problema central: la determinación de la unidad y la variación de los estratos. En esa
conformidad con lo que Laviosa llama ley de reacción del substrato, al de la lengua dominante, que así se encuentra sometida a un proceso de alteración promovida por los substratos. Esta alteración produce la emergencia, a partir de la lengua invasora, de múltiples variedades dialectales. Por una lenta evolución de ese tipo, el latín provincial ha terminado por originar las lenguas francesa, provenzal, catalana, portuguesa, castellana, rumana y ladina (1958, 90). Este ejemplo muestra la variabilidad esencial de los estratos. En efecto, así como las nuevas lenguas surgen producto de la reacción de substratos indígenas originarios sobre el estrato latino, este, a su vez, funciona como substrato para las nuevas lenguas-estrato. Si tenemos en cuenta que una civilización no está formada solo por el estrato lingüístico, sino también por una cultura y un etnos, el cuadro de la estratificación social se complica considerablemente. Así, “cada uno de los tres factores, etnos, lengua y cultura, vienen a constituir por cuenta propia una entidad animada por una fuerza constante de alteración y de modificación” (82). Estas modificaciones no son necesariamente convergentes: en el choque entre estrato y substrato, puede haber lentas modificaciones en la lengua sin que se produzcan alteraciones étnicas (estas se pueden generar, por ejemplo, a partir de los matrimonios interculturales). También es posible verificar transformaciones culturales sin alteraciones lingüísticas. Pueden darse incluso transformaciones en todos los niveles pero a velocidades muy distintas, y “tanto más decisiva se mostrará tal tendencia divergente cuanto más heterogéneos sean los factores étnicos que entran en juego” (83).
21 Por ejemplo: “La mezcla racial entre dos grupos es inevitable porque los invasores, por lo general menos numerosos, toman en matrimonio a las mujeres indígenas, lo que, por otra parte, acelera la difusión de la lengua de los vencedores. La asociación de genes logra entonces elevar en cierto modo las características somáticas –jerárquicamente, entre las más bajas de la humanidad– de los grupos en retroceso ya indicados, mientras que, por otro lado, los invasores, según la más o menos intensa recepción de genes indígenas, ven descender las suyas (Laviosa 1958, 84, énfasis añadido). La conclusión del libro no puede ser más elocuente: “De este modo, pues, la civilización europea cumple la función propia de todas las civilizaciones superiores: fundamentar una unidad rica en múltiples variedades” (558, énfasis añadido). Semejante historicismo eurocéntrico no podría estar más lejos del pensamiento deleuziano.
interacción –en la que, recordemos, el propio estrato puede pasar a su vez a cumplir la función de substrato para otra formación– los materiales aportados por el substrato aparecen en primer lugar como el exterior del estrato considerado. Este material exterior se diferencia de los elementos propios del estrato, es decir, de su interior. En el ejemplo de la contaminación entre sociedades esto resulta claro: la civilización en expansión carga con sus propios elementos étnicos, culturales y lingüísticos, es decir, un interior. La sociedad invadida tiene también, evidentemente, sus propios elementos interiores –su cultura, su etnos, y su lengua–, que son exteriores para la formación colonizadora. En esta relación “horizontal” entre estratos, hay que decir que se trata de un interior y un exterior relativos, ya que los mismos materiales pueden ser considerados interiores o exteriores según qué punto de vista se tome. En ese proceso, el individuo –sea un cristal, una roca sedimentaria, un organismo o una sociedad–22 interioriza los materiales que el substrato le ofrece al mismo tiempo que exterioriza su interior. Las formaciones estratigráficas suponen siempre una contaminación semejante. Esta articulación es constituida por una suerte de replicación de la configuración material externa –cargada por el substrato que sirve de suelo a la nueva estratificación– en el interior del estrato.
Al nivel de los estratos, entonces, las relaciones entre interior y exterior pueden cambiar constantemente. En función de estas relaciones móviles, el estrato está formado por una capa o anillo central que consta de tres aspectos: “los materiales moleculares exteriores, los elementos sustanciales interiores, el límite o membrana portadora de las relaciones formales” (Deleuze y Guattari 1980, 66 [1988, 57]). Esta unidad de composición es común a todo estrato, sea geológico, biológico, social, o cualquier otro.
La función substrato es, como decíamos, el primer aspecto de la relación entre unidad y variación de los estratos. Un segundo aspecto aparece con una noción que no se encuentra en Laviosa –en ese sentido es una pura creación deleuziano-guattariana–, aunque su desarrollo la
22 Recordemos que Deleuze y Guattari intentan determinan estructuras ontológicas, y que según ese objetivo se sirven de nociones de diversas disciplinas. Así, la estratigrafía que Laviosa utiliza para pensar la difusión de las culturas es reutilizada a su vez para pensar no solo la historia sino también procesos orgánicos e inorgánicos, en una imagen del pensamiento que tiende a borrar los límites rígidos entre naturaleza y cultura.
implica. Nos referimos a la noción de epistrato. En este caso se trata de un aspecto central de la difusión de las civilizaciones tal como es pensada por la italiana: al difundirse, el estrato que se desplaza forma una cadena sucesiva de centros y periferias móviles. Todo comienza, según Laviosa, a partir de unos “centros motores primarios dotados de particular energía irradiante”, cada uno de los cuales, “tras un periodo más o menos largo de intensa preparación, llega a una fase de concentración o de acmé que tiende a liberarse en expansión” (1958, 55). Las causas que pueden activar este impulso expansivo son múltiples –clima, exceso de población, conciencia de superioridad guerrera, búsqueda de materias primas, competencia económica o política, etc.–. Pero lo importante desde la perspectiva que nos ocupa es que los epistratos constituyen espacios donde se anudan movimientos de territorialización, desterritorialización relativa y reterritorialización de los estratos. Así, la Historia Universal está poblada, en Laviosa, por la repetición constante de procesos como el siguiente:
advenimiento de una ola, dotada de fuerza expansiva, que poco a poco impele al confinamiento, fraccionándolos, a los pueblos indígenas invadidos. [...] Estos pueden retirarse en masa hacia zonas periféricas del territorio donde el invasor, siempre en número limitado, no puede dedicarle más que fuerzas contadas; también puede ganar territorios limítrofes, ya libres de población, ya –como ocurre frecuentemente– ocupados. En este último caso, los recién llegados ejercen su presión sobre la población ocupante, que a su vez es obligada corrientemente a seguir una conducta análoga. En tales circunstancias, los desplazamientos determinan una especie de movimientos en ondas, por el que la acción coactiva sobre un determinado centro puede impulsar, siempre más hacia la periferia y hacia una gradual extinción, las ondas, ya anterior y repetidamente puestas en movimiento. A veces los movimientos asumen el aspecto de un verdadero alud, que pasa y trastorna en su marcha a toda una serie de pueblos. Tal fue, en diversos aspectos, lo que ocurrió cuando las migraciones bárbaras en Europa o las de los mogoles en Asia (1958, 63-4).
Este párrafo describe con claridad el desplazamiento que se da entre estratos y epistratos. Se trata de un movimiento ondulatorio y expansivo, una verdadera repetición espacial y diferenciante, a través de la cual se van desplazando y transformando las civilizaciones y, con ellas, los territorios de toda la superficie terrestre. Laviosa no habla de epistratos, pero sí de epicentros, para nombrar el devenir-nuevo centro de irradiación de una masa poblacional desterritorializada. Es decir que, en su propio desarrollo, la noción de epicentro nombra exactamente el proceso de reterritorialización de un estrato social migrante en un nuevo territorio. La resonancia con el planteo deleuziano es evidente.23 Este movimiento puede tomar formas muy complejas. Por ejemplo, “el centro derivado” puede “desarrollar una gran energía expansiva” y “reaccionar sobre el mismo que lo ha engendrado e imponerse” (Laviosa 1958, 79). Sucede así que en el seno de un movimiento ondulatorio puede formarse una ola en sentido contrario, cuando la sociedad invasora pierde fuerza al llegar a una nueva periferia y esta se impone sobre aquella. Asimismo, es necesario completar el punto de vista de la colonización adoptado por Laviosa sumando la perspectiva de meras migraciones poblacionales que también producen, a su paso, modificaciones y contaminaciones estratigráficas. Es así que “los epistratos están organizados en el sentido de una desterritorialización cada vez mayor” (Deleuze y Guattari 1980, 70 [1988, 60]). Las partículas físicas –minerales, células, cuerpos, lenguas, según el estrato en el que estemos– atraviesan umbrales de desterritorialización relativos según van pasando a través de los estados intermedios más o menos estables. De este modo, se constituye todo un espacio hojaldrado o escalonado que supone una fragmentación y movilidad que son esenciales al plano de los estratos. Los epistratos constituyen los umbrales de una desterritorialización siempre relativa y una reterritorialización que viene a compensarla. En efecto, la onda expansiva del primer centro motor implica un movimiento hacia la periferia, pero solo para establecer allí la formación de un nuevo centro – siempre a partir de un entramado, no lo olvidemos, con el substrato local–
. Todo este proceso, finalmente, queda incluido en el anillo central. Es decir que cada estrato porta las huellas, en sus epistratos, de todos los movimientos que atravesó a lo largo de su historia. De este modo, se forman superposiciones de estados intermediarios entre el medio exterior y el elemento interior que afectan al estrato de una discontinuidad esencial.
El tercer aspecto de la unidad variable de los estratos, luego de los substratos y los epistratos, está caracterizado nuevamente por una noción de Laviosa. Se trata del concepto de paraestrato. A diferencia de la noción de epicentros sucesivos cuya territorialidad se expande en movimientos ondulatorios, el concepto de paraestrato está ligado, en Laviosa, al contacto entre tres, cuatro, o más grupos étnicos diferentes “en la misma zona”, donde se forma entonces una “compleja disposición estratigráfica”
23 De hecho, este movimiento ondulatorio de las invasiones bárbaras es el ejemplo citado en la nota 16 de la geología de la moral (Deleuze y Guattari 1980, 70).
con “mezclas y superposiciones extremadamente variadas” (1958, 85). Para pensar este aspecto de la diversidad espacial, Deleuze y Guattari suman una nueva distinción. Cada estrato está formado, según la doble articulación, por procesos de codificación y territorialización. Estas nociones pueden comprenderse como variantes de la segmentación de la materia intensiva en formas de expresión y formas de contenido. Así, se entiende por territorialización el proceso de formación y proliferación de espacios extensivos. La codificación, por su parte, remite a la configuración de estructuras semióticas que marcan esos espacios, dotándolos de zonas significativas para los individuos que los habitan – entendiendo por individuo tanto un animal como una célula, un mineral como una planta, etc.–.24
Si los epistratos eran el lugar de los movimientos territoriales – tanto a nivel de la desterritorialización como de la reterritorialización–, los paraestratos constituyen el espacio en el que se cruzan los procesos de codificación y descodificación de los estratos (Deleuze y Guattari 1980, 70). Si bien en el caso de Laviosa esto no es tan evidente, ya que, como los mismos Deleuze y Guattari dicen en la nota 14 (69), la italiana no define claramente la noción de paraestrato, lo cierto es que cada vez que la utiliza está hablando de las contaminaciones lingüísticas entre culturas diferentes, lo que permite sospechar una convergencia implícita entre los dos planteos, aunque limitada, ya que la codificación de la que se habla aquí excede el campo lingüístico para transformarse en una categoría ontológica y eminentemente espacial. En efecto, a la base de esta taxonomía de estratos está la constitución de distintos tipos de medios. Así, cada tipo de estrato se articula en un medio específico. Desde este punto de vista, el paraestrato es quizás el más complejo. Ya no se trata aquí de la relatividad entre los medios interiores y exteriores en los substratos, ni de los medios intermediarios –en tanto lugares de pasaje y desplazamiento territorial– de los epistratos, sino de la construcción de medios asociados o anexos.
24 Así define Guattari estas nociones: “El territorio puede ser relativo a un espacio vivido, tanto como a un sistema percibido en el seno del cual un sujeto se «siente en casa». […] El territorio puede desterritorializarse, es decir, abrirse, implicarse en líneas de huida, partirse en estratos y destruirse. La reterritorialización consistirá en una tentativa de recomposición de un territorio comprometido en un proceso desterritorializante” (Guattari 1995, 208). Por su parte, “la noción de código está empleada en una acepción muy amplia; puede concernir a los sistemas semióticos, tanto a los flujos sociales como a los materiales” (202).
Una de las funciones principales de los medios asociados consiste en proporcionar lo necesario para que el estrato persevere en la existencia. Lo que los define, entonces, es la captura de fuentes de energía que habilitan la transformación de materiales externos en elementos interiores y compuestos funcionales. Este proceso es producido por agentes emergentes de esos espacios que deben discernir, dentro de una infinidad de materiales, cuáles son los que representan fuentes de energía para la fabricación de los elementos y compuestos que aseguren la supervivencia de los individuos estratificados. El proceso implica toda una actividad “cognitiva” incluso a nivel molecular. En efecto, esta actividad de reconocimiento se da en todos los niveles estratigráficos, incluido el microscópico. Por ejemplo, según Jacques Monod, toda la actividad teleonómica de los seres vivos –es decir, todas aquellas acciones coherentes y orientadas a un fin determinado; por ejemplo, la captura de un determinado alimento, pero también operaciones menos “conscientes” como respirar–, descansa en última instancia sobre el trabajo de las enzimas –un tipo particular de proteínas, responsables de la producción de las composiciones químicas producidas en la morfogénesis de los seres vivos–. Toda “máquina química” depende de las proteínas, que aseguran “la coherencia de su funcionamiento y la construyen”. Ahora bien, estas actividades teleonómicas de las proteínas “reposan en último análisis sobre [...] su capacidad de «reconocer» a otras moléculas (incluyendo otras proteínas) según su forma, que es determinada por su estructura molecular. Se trata, literalmente, de una propiedad discriminativa (sino «cognitiva») microscópica” (Monod 1970, 60). Este autor muestra cómo ciertas enzimas tienen la capacidad de conectarse químicamente con un tipo de compuesto muy específico, que puede presentarse en medio de una multiplicidad de otros compuestos muy similares y, por lo tanto, fácilmente confundibles. Sin embargo, la enzima no se confunde; tiene la asombrosa capacidad de discriminar y reconocer solo el compuesto que necesita. Un ejemplo es la formación del ácido L-málico, esencial para la extracción de energía de los alimentos. La enzima fumarasa es la encargada de obtener este ácido. Para ello, debe producir una adición de agua al ácido fumárico. Esta acción es particularmente compleja, ya que existe otro compuesto, el ácido maleico, muy similar al ácido fumárico en su estructura y, por lo tanto, capaz de sufrir exactamente el mismo tipo de hidratación. Pues bien, la enzima fumarasa es completamente indiferente al ácido maleico, y solo reacciona ante la presencia del ácido fumárico. Esta capacidad de reconocer un material químico específico es prácticamente infalible. La fumarasa sabe muy bien lo que hace (Monod 1970, 63-5).
Resulta relevante mencionar que, con esta tesis, Monod confirma una intuición que ya había sido presentada a principios del Siglo XX por Jakob Von Uexküll, quien afirmaba que “cada célula viva es un maquinista que percibe y obra”, y que “el prolífico percibir y obrar del sujeto animal en su integridad debe atribuirse [...] a la cooperación de pequeños maquinistas celulares, cada uno de los cuales recibe una señal perceptual y una señal efectual” (2016, 41). La relación entre ambos autores es relevante para nosotros ya que, para determinar el concepto de paraestrato como medio asociado, Deleuze y Guattari recurren tanto a la filosofía de la biología de Monod como a la noción de mundo circundante [Umwelt] del etólogo estonio. Este concepto supone la invención, por parte del animal,25 de un espacio propio de percepción y acción. El mundo circundante es parte constitutiva de los distintos tipos de animales y permite a Von Uexküll postular que en un mismo espacio geográfico pueden coexistir numerosos mundos circundantes. Veamos más de cerca su constitución.
El espacio objetivo tiene una cantidad indefinida de características, pero cada animal está capacitado para percibir solo algunas –tal como sucede, a nivel celular, con las enzimas–. El aparato perceptivo, coordinado con los órganos efectores de acciones a través del sistema nervioso, forma lo que Von Uexküll llama el mundo interior del animal [Innenwelt] (2014, 86-7). Esta articulación interna al individuo se prolonga en una coordinación entre el animal y el mundo que lo rodea. Para ello, el sistema perceptivo selecciona aquellos signos que indican la presencia del material que el animal necesita para actuar –tal como sucede con la enzima fumarasa y la presencia del ácido fumárico–. Las acciones animales, por su parte, producen efectos sobre el espacio. En resumen: “el mundo circundante se descompone en dos partes: en un mundo perceptible [Merkwelt] que va desde el portador de características [es decir, el objeto buscado] hasta el órgano sensorial, y en un mundo de efectos [Wirkungswelt], que va desde el efector [es decir, el animal actuante] hasta el portador de características” (2014, 88). Es decir que en primer lugar se produce un estímulo en el animal por la presencia de señales que van del mundo a los órganos sensoriales. Este efecto desencadena un recorrido en el mundo interior del animal y es traducido en una acción. Esta acción
25 “Los medios asociados están en estrecha relación con formas orgánicas” (Deleuze y Guattari 1980, 68 [1988, 58]).
produce, a su vez, un efecto diferente sobre el objeto portador de características relevantes. Todo este movimiento constituye un círculo funcional, a partir del cual se puede comprender el perfecto ajuste entre el animal y su mundo circundante o, como dicen Deleuze y Guattari, su medio asociado. Cuanto más complejo es el animal, mayor es la cantidad de círculos funcionales que lo constituyen junto con su mundo circundante.
Veamos un ejemplo que fascina a Deleuze, el “inolvidable mundo asociado de la garrapata” (Deleuze y Guattari 1980, 67 [1988, 58]). La garrapata tiene un esquema sensoriomotor extremadamente simple para ajustar sus órganos perceptivos y efectores a su mundo circundante. Este animal diminuto pasa su vida colgado de una rama en el bosque, esperando que pase el animal que le proveerá su alimento: la sangre. Cuando esto sucede, la garrapata se deja caer sobre el mamífero para aterrizar sobre su lomo –algo que siempre puede fallar, en cuyo caso la garrapata habrá perdido una gran oportunidad; deberá trepar pacientemente una vez más y recomenzar su espera–. Una vez en el lomo del animal, debe buscar una zona sin pelos para incrustar su cabeza y dar comienzo al banquete. Cuando se llena hasta la saciedad, la garrapata se desprende del animal para caer al suelo, poner sus huevos, y morir. Este pequeño animal cuenta solo con tres círculos funcionales:
Las glándulas cutáneas del mamífero conforman los portadores de signos perceptuales del primer círculo, puesto que el estímulo del ácido butírico activa determinadas señales perceptuales en el órgano perceptual que son interpretadas como signos olfativos. Los procesos en el órgano perceptual provocan, por inducción (sin que sepamos lo que esta sea), impulsos correspondientes en el órgano efector que provocan el desprendimiento de las patas y la caída libre. La garrapata en caída libre le confiere a los pelos del mamífero alcanzado el signo perceptual del impacto, que a su vez activa un signo perceptual táctil, por medio del cual el signo perceptual olfativo del ácido butírico queda anulado. El nuevo signo perceptual induce un desplazamiento hasta que es relevado por el signo perceptual del calor en la primera extensión de piel libre de pelos, a partir de lo cual comienza la perforación. […]
Del inmenso mundo que circunda a la garrapata, tres estímulos brillan como balizas en la oscuridad, y marcan a la garrapata con seguridad el camino que lleva al objetivo (Von Uexküll 2016, 45-6).
El mundo circundante es, entonces, una red de signos y señales que producen un mapa de percepciones y acciones posibles. A partir de ellos se construye todo un entramado de esquemas sensoriomotores que determinan el comportamiento. Como el nombre lo indica, un esquema sensoriomotor es una suerte de dispositivo, o mejor, automatismo, que vincula ciertos estímulos del ambiente con ciertas reacciones. Cuando Deleuze vuelva sobre este concepto en los estudios sobre cine, lo pensará como una articulación que da forma al espacio-tiempo del siguiente modo: el espacio se curva alrededor de un centro privilegiado –una suerte de yo larvario, comparable a la enzima de Monod–, delimitando una serie de estímulos posibles del medio y un conjunto de reacciones posibles ante esos estímulos (Deleuze 1983, caps. 4 y 9). Estos esquemas serán la base material para la construcción de todo tipo de cliché, en la medida en que son puras configuraciones de reacciones automáticas posibles, cuyo objetivo es ajustar las necesidades vitales con el entorno. A nivel social, la opinión y el sentido común son justamente esquemas sensoriomotores. Por ejemplo, todo tipo de frases hechas cuyo único objetivo es obturar las fisuras de la realidad representacional ante un suceso dado –por ejemplo, las típicas fórmulas frente a la muerte o la desgracia–. Como se dice en
¿Qué es la filosofía?, se trata de una suerte de paraguas que protege del caos (Deleuze y Guattari 1991, 191). Del mismo modo, la garrapata de Von Uexküll tiene un paraguas que la protege del caótico mundo del bosque y ordena su realidad.
El sujeto –en este caso la garrapata– no percibe objetos en el sentido habitual del término. No es necesario percibir la forma del mamífero, sino solo el olor que despide su piel. De esta manera, los sujetos tejen las relaciones que constituyen su mundo circundante solo a partir de ciertas características de los objetos, y no de los objetos mismos. Este tejido de meras señales recorta, sobre la cantidad indefinida de estímulos que emite el medio ambiente, solo las necesarias para sostener la vida del animal. El medio asociado, es decir, el paraestrato, es entonces una suerte de telaraña semiótica que indica al animal el comportamiento necesario para sobrevivir. Esta nueva dimensión del espacio estratigráfico supone una articulación doble que se distingue de la doble pinza antes mencionada. Aquí el “Dios-bogavante” pinza el espacio para la fabricación de caracteres perceptivos en primer lugar,26 mientras que los caracteres activos son efecto de un segundo pinzado. Entre los dos se produce el medio asociado como tejido de relaciones semióticas y puesta en escena del esquema sensoriomotor. Deleuze y Guattari se sirven
26 Es quizá en el mismo sentido que, en Diferencia y repetición, Deleuze hablaba de contemplaciones moleculares, toda una “sensibilidad vital primaria” (Deleuze 1968, 100 [2002, 123]) responsable de una síntesis del hábito que es la base pasiva supuesta por toda síntesis activa.
entonces de la difusa noción de paraestrato de Laviosa para dotarla de una función original en su propia teoría de la estratificación. Este aspecto del espacio es concebido como lugar donde se operan los procesos de codificación y descodificación, mientras que los epistratos eran la sede de movimientos de territorialización, desterritorialización relativa y reterritorialización.
A lo largo de este trabajo vimos que el concepto de estrato se constituye a partir de procesos materiales y semióticos. El proceso de estratificación se divide a su vez en tres aspectos: 1- cada estrato solo puede constituirse tomando materiales de un substrato anterior, es decir que cada estrato tiene otro estrato “debajo”; 2- un estrato solo existe en sus epistratos, que se van acumulando a partir de los sucesivos movimientos ondulatorios que hacen huir al centro a la periferia, para constituir allí un nuevo centro, alrededor del cual se formará una nueva periferia, y así sucesivamente; en este proceso de ampliación –o de desterritorialización y reterritorialización– los estratos se acumulan unos “sobre” otros en el mismo estrato;27 3- un estrato no existe fuera de sus paraestratos, que es el modo específico que tiene el anillo central de dividirse en formas irreductibles con sus medios asociados; es decir que un estrato siempre tiene otro estrato “al costado”. Como se puede ver, la vida de los estratos es rica y cambiante, ya que la designación de una formación como estrato, substrato, paraestrato o epistrato es solo relativa, según los entramados que se van construyendo entre las distintas dimensiones. Ningún estrato tiene asegurado su rol, en la medida en que las relaciones entre las múltiples capas son cambiantes. A pesar de su estabilidad relativa, la estratigrafía espacial no deja de estar atravesada por corrientes energéticas más o menos intensas que producen todo tipo de transformaciones. Al sistematizar estas nociones quisimos mostrar que el primer objetivo de la “geología de la moral” radica en ofrecer un mapa de las articulaciones de todo espacio empírico. El recurso a las fuentes científicas de esos conceptos mostró que
27 Es en este sentido que, en otro contexto, al explicar la dimensión foucaultiana del Saber en tanto estrato, Deleuze, luego de tematizar el problema de los “umbrales de epistemologización” (es decir, los umbrales a partir de los cuales un discurso puede ser considerado científico en una época determinada), dice que “en el estrato también existen otros umbrales, orientados de otra forma: umbrales de etización, de estetización, de politización, etc.”, y que “el estrato mismo no existe más que como apilamiento de sus umbrales bajo orientaciones diversas” (Deleuze 1986, 59 [1987, 79]).
debajo del aparente caos de ese texto hay una lógica profunda que permite pensar lo diverso espacial en sus múltiples aspectos y movimientos. Quizá sea relevante volver sobre este entramado a la hora de pensar la complejidad de los territorios desde una imagen del pensamiento que abarque todos los planos de la materia, desde lo mineral hasta lo social.
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Recibido el 09 de junio de 2021; aceptado el 14 de octubre de 2021.