Páginas de Filosofía, Año XX, Nº 23 (enero-diciembre 2019), 141-160
Departamento de Filosofía, Universidad Nacional del Comahue
ISSN: 0327-5108; e-ISSN: 1853-7960
http://revele.uncoma.edu.ar/htdoc/revele/index.php/filosofia/index
http://id.caicyt.gov.ar/ark:/s18537960/pmr1iax/5

ARTICULOS/ARTICLES

INFLACIÓN TROPOLÓGICA: ESTABILIDAD Y PROLIFERACIÓN DEL DISCURSO

TROPOLOGICAL INFLATION: STABILITY AND PROLIFERATION OF DISCOURSE

Omar Murad Universidad Nacional de Mar del Plata
CONICET
muradoma@gmail.com

Resumen:

En este trabajo abordamos la cuestión de la inflación tropológica a partir de los trabajos de Hans Kellner y el debate suscitado a partir de ellos con Wallace Martin. Se trata de la proyección indefinida de los tropos desde el lenguaje hacia dominios que lo exceden, tales como la conciencia o un periodo histórico. Nuestro objetivo es revisitar los problemas que acarrea la inestabilidad y la proliferación tropológica con el fin de evaluar el estatus de la solución aportada por la tropología tetrádica contemporánea. Sostenemos que la tesis de la base figurativa del lenguaje siempre debe dar cuenta de la inestabilidad que introducen los tropos en los intercambios lingüísticos. En este sentido, la tétrada tropológica debe ser evaluada a partir de su productividad heurística, de lo que permite o no hacer con el lenguaje, y no como la versión correcta o definitiva de la clasificación de los tropos. Finalmente, todo esto supone el rechazo de la clásica oposición entre lógica y retórica o tropología como una manera de estabilizar el significado. Para ello, dividimos este trabajo en tres apartados: en el primero presentamos las características de la cuestión de la inflación tropológica y lo ejemplificamos con los trabajos de R. Jakobson y H. White; en el segundo, analizamos algunos problemas implicados en la tesis de la base figurativa del lenguaje que da lugar a la inflación tropológica, especialmente el problema de la inestabilidad del significado; en el tercero, presentamos dos objeciones realizadas por Wallace Martin a los trabajos de Kellner con el fin de ilustrar algunas de las dificultades que acarrea este problema.

Palabras Clave: Hans Kellner; Tétrada tropológica; Inflación tropológica; Inestabilidad

Abstract:

In this work, we deal with the question of tropological inflation based on the works of Hans Kellner and the debate with Wallace Martin that they provoke. It is about indefinite projection of tropes from language to domains that go beyond it, such as consciousness or historical period. Our aim is to revisit some problems that bring about tropological inflation and proliferation in order to assess the status of contemporary tropological tetrad solution.

We hold that the thesis of the figurative basis of language always deal with the instability that tropes introduces in linguistic exchanges. In this sense, tropological tetrad has to be assessed from its heuristical productivity, what it makes it possible for us to do or not with language, but not as the correct version of the tropes classification. Finally, all this supposes to reject the classical opposition between logic and rhetoric or tropology as a means to stabilize meaning. In order to do that, we divide this work in three parts: first, we present characteristics of tropological inflation through examples of R. Jakobson and H. White. Second, we analyze some problems that are involved in the thesis of figurative basis of language that leads to tropological inflation, specifically the problem of instability of meaning. Third, we present a couple of Wallace Martins objections to Kellner’s works in order to illustrate some difficulties that it brings the tropological inflation about.

Key Words: Hans Kellner; Tropological tetrad; Tropological inflation; Instability

To read tropologically is a powerful thing, but to be read (or to read oneself) tropologically is unsettling
Hans Kellner 1989, 189-190

I

La inestabilidad es constitutiva de la tropología. La proliferación, el principio que despliega el lenguaje en su pasaje traslaticio de una cosa a la otra. De allí que la cuestión de la clasificación y el ordenamiento de los tropos suponga ya la actividad de tropologizar. Nos movemos, por así decir, en una delicada telaraña en la que cada fibra se comunica con todas las demás y el más mínimo movimiento produce la agitación de la estructura entera. El resultado es, por supuesto, que siempre nos quedamos pegados en ella. La cuestión ha sido planteada innumerables veces y el resurgimiento de la retórica bajo formas más o menos veladas por la lingüística, la semiótica, el psicoanálisis, la antropología, los estudios culturales, etc., no ha hecho más que agitar una vez más esta inmensa telaraña. El punto ha recibido atención en un breve y conciso artículo, “The Inflatable Trope as Narrative

Theory: Structure or Allegory?”, publicado por Hans Kellner en Diacritics en 1981, y en su corolario al año siguiente, a partir del debate entablado con Wallace Martin en torno al estatus de la célebre tétrada tropológica: metáfora, metonimia, sinécdoque e ironía.

En este trabajo abordamos la cuestión de la inflación tropológica a partir de los trabajos de Hans Kellner y el debate suscitado a partir de ellos con Wallace Martin. Se trata de la proyección indefinida de los tropos desde el lenguaje hacia dominios que lo exceden, tales como la conciencia o un periodo histórico. Nuestro objetivo es revisitar los problemas que acarrea la inestabilidad y la proliferación tropológica con el fin de evaluar el estatus de la solución aportada por la tropología tetrádica contemporánea. Sostendremos que la tesis de la base figurativa del lenguaje siempre debe dar cuenta de la inestabilidad que introducen los tropos en los intercambios lingüísticos. En este sentido, la tétrada tropológica debe ser evaluada a partir de su productividad heurística, de lo que permite o no hacer con el lenguaje, y no como la versión correcta o definitiva de la clasificación de los tropos. Finalmente, todo esto supone el rechazo de la clásica oposición entre lógica y retórica o tropología como una manera de estabilizar el significado. Para ello, dividimos este trabajo en tres apartados: en el primero presentamos las características de la cuestión de la inflación tropológica y lo ejemplificamos con los trabajos de R. Jakobson y H. White; en el segundo, analizamos algunos problemas implicados en la tesis de la base figurativa del lenguaje que da lugar a la inflación tropológica, especialmente el problema de la inestabilidad del significado; en el tercero, presentamos dos objeciones realizadas por Wallace Martin a los trabajos de Kellner con el fin de ilustrar algunas de las dificultades que acarrea este problema.

El propósito del texto antes citado de Kellner no es cuestionar un tipo de clasificación per se, y de hecho tampoco se detiene específicamente sobre este punto. La estrategia utilizada es oblicua y la certeza que podría transmitir una definición última de lo que el tropo es, o su reducción al funcionamiento de la metáfora o la sinécdoque, es frustrada de manera programática. Con todo, ilustran esta cuestión que a su vez se asienta en un problema más general que Kellner retoma de la vasta literatura sobre retórica con el nombre de inflación (Genette 1989, 35). Para nuestro autor se trata de la capacidad de la tropología de transmutar los valores asignados mediante el lenguaje a las cosas, trasformando en el proceso a las ‘cosas’ mismas. Esto conecta a los tropos con las artes del alquimista. En efecto, el término ‘inflación’ entre otras cosas forma parte del léxico de la economía y supone la lógica de la circulación de la moneda cuyo asiento alguna vez estuvo en el oro. Y es sabido, además, que las antiguas artes del alquimista buscaban la transformación de metales innobles como el plomo en codiciado oro. Como el alquimista, el tropólogo busca el principio que transmuta las propiedades de las palabras y transforma así sus valencias; y con la nueva moneda acuñada interviene en el intercambio lingüístico afectando el valor de todas las cosas. La inflación tropológica es el resultado del redescubrimiento de la posibilidad de describir y explicar los más diversos objetos a partir del poder transformador de los tropos, en el que reside además una capacidad analítica prácticamente ilimitada que puede ser desarrollada en múltiples direcciones (Kellner 1981, 15). Por ende, la tropología se vuelve desde este punto de vista la auténtica piedra filosofal de la crítica.

Pero aquí no se trata de oro o moneda sino de lenguajes y valores, y los alquimistas no son siempre conscientes de su arte. Así es que las interminables disputas en torno a la organización y la jerarquía de los tropos no son interesantes en sí mismas, sino más bien como síntomas de otra cosa. Plantean, pues, una problemática retórica. En palabras de Kellner: “Su tendencia a girar hacia dentro de sí mismas, discutir retórica en términos retóricos, discutir tropología (o figuratique) en términos tropológicos o figurativos“ (Kellner 1981, 16). Veamos algunos de los ejemplos que presenta Kellner:

  1. La reducción de la retórica a la tropología y la inflación de la metáfora a “tropo de los tropos”, señalada por Girard Genette en Figuras III.
  2. Inversamente, Decio Pignatari lamenta la subsunción de la semejanza (metáfora) a la contigüidad (metonimia), promoviendo la dependencia de la tropología a la lógica.
  3. Para el grupo μ la sinécdoque tiene prioridad sobre los demás tropos, y la metáfora no es sino la combinación de dos sinécdoques.
  4. La célebre clasificación diádica entre metáfora y metonimia elaborada por Roman Jakobson a propósito de los distintos tipos de afasia.
  5. El no menos famoso modelo tetrádico adoptado en el siglo XX por Kenneth Burke y Hayden White, cuya procedencia se remonta a Vico y la retórica renacentista (Kellner 1981, 15-16).

Cada uno de estos ejemplos muestra el afán de reducir la retórica a la tropología, específicamente, reducir la función retórica de la expresión a la función de la invención1; y, además, de prescribirle a la tropología una clasificación que otorga prioridad a uno o varios tropos sobre los demás, lo que lleva implícito la consiguiente redistribución de su modo (o modos) de operar en el lenguaje. Vamos a considerar detenidamente los dos últimos ejemplos mencionados con el fin de ilustrar nuestro problema

Jakobson desarrolla su tesis del carácter doble del lenguaje a propósito de la problemática de la afasia. Junto con Morris Halle, sostiene que existen dos tipos de afasia relacionados con los dos polos del lenguaje; el trastorno de la semejanza y el trastorno de la contigüidad se hallan directamente relacionados con el polo metafórico y el polo metonímico del lenguaje respectivamente. Así, el acto de habla se basa en las funciones de selección y combinación de entidades lingüísticas. En el léxico esto se ve con toda claridad, señala Jakobson, cuando el hablante selecciona y combina palabras formando frases con arreglo a la sintaxis del sistema lingüístico que emplea. La lengua ofrece un amplio, pero con todo limitado, repertorio lexical dentro del cual el hablante hace su selección. El emisor y el receptor, para lograr una comunicación eficaz, “disponen más o menos del mismo fichero de representaciones prefabricadas” (Jakobson y Halle 1980, 105- 106). Pero antes del nivel lexical, la selección y la combinación ya funcionan en el nivel del fonema y el morfema. Jakobson agrega que el hablante, constreñido por el repertorio lexical y la sintaxis, tiene una libertad relativa para componer contextos de habla (Jakobson y Halle 1980, 108). Esta libertad se amplía a medida que subimos en los niveles de la lengua, es casi nula en el fonema y el morfema, limitada en el léxico, mayor en la frase y mucho más amplia en el discurso.

En el signo la combinación funciona como el principio de constitución que permite formar un signo complejo a partir de otros más simples que encuentran su contexto en aquel; por ejemplo, el fonema encuentra su contexto en el lexema, y éste en la frase, etc. La selección, en cambio, es la función que hace posible la sustitución de una unidad lingüística por otra a partir de la equivalencia entre los signos. Selección y sustitución son, pues, dos aspectos de la misma operación. Todo esto es bastante conocido, pero para el presente trabajo es importante señalar que bajo estas dos funciones Jakobson encuentra dos operaciones básicas que se reducen en última instancia a la tropología. El polo metafórico del lenguaje es el que hace posible la selección y la sustitución y opera como un conmutador metalingüístico: a partir de un código dado permite reemplazar un signo por otro equivalente utilizando a este mismo código como criterio para discernir la pertinencia o no de dicha equivalencia (Jakobson y Halle 1980, 120-122). El polo metonímico, en cambio, es para Jakobson un operador de contextos, en la medida que hace posible la integración de unidades lingüísticas simples en otras más complejas (Jakobson y Halle 1980, 126-127). El resultado es que la semejanza es la operación básica a la que remite la metáfora, y la contigüidad la de la metonimia. Alguna de estas dos operaciones se halla dañada en el hablante con afasia de semejanza o de contigüidad, lo que le impide al primero seleccionar y sustituir palabras y al último formar cadenas sintagmáticas.

Hasta aquí el ejemplo ilustra con nitidez la remisión de la afasia a la tropología, y con ella a los operadores más básicos del lenguaje. Tal y como señala Kellner, rápidamente la “descripción y clasificación” de los síndromes afásicos de Jakobson y Halle se torna una disquisición sobre la retórica y los operadores tropológicos que sirven de base a todo acto de habla. Se vuelve, pues, “una discusión sobre retórica en términos retóricos”. Pero, en realidad aquí recién comienza la inflación de los tropos. Leemos en el apartado “Los polos metafórico y metonímico” que

Al manejar estos dos tipos de enlace (por semejanza o por contigüidad) en los dos aspectos (posicional y semántico) de cada uno de ellos, escogiéndolos, combinándolos y ordenándolos, un individuo revela su estilo personal, sus predilecciones y sus preferencias verbales (Jakobson y Halle 1980, 135).

El gobierno de la metáfora y la metonimia sobre el lenguaje regula también el estilo, la elocutio o léxis, tercera de las funciones canónicas de la retórica. Y tomando como base este giro, el texto señala que en el Romanticismo y en el Simbolismo literarios asistimos a una primacía del proceso metafórico, mientras que en el Realismo hay un predominio de la metonimia. Enseguida nos encontramos con un nuevo giro, esta vez de la literatura a la pintura. En el cubismo asistimos al predominio de la metonimia que enseguida se torna sinécdoque –para Jakobson y Halle esta depende de aquella-, mientras que en el surrealismo hay una “actitud decididamente metafórica”. Y antes de que podamos recuperarnos de la omnipresencia de los polos del lenguaje en diversas manifestaciones de la cultura, un nuevo giro los proyecta sobre el cine. El montaje de D.W. Griffith y sus innovaciones en pos de dotar al cine de un lenguaje que rompa con el teatro lo colocan bajo la égida de la sinécdoque y la metonimia. El cine de Charles Chaplin, en cambio, está gobernado por un montaje metafórico (Jakobson y Halle 1980, 136-137). De este modo, nuestros autores siguen acumulando ejemplos, entre los que no son menos importantes el de la poesía y la prosa, la psicopatología o los estudios sobre la estructura de los sueños de Freud. Casi no hace falta que agreguen que “la dicotomía que estamos estudiando resulta en extremo significativa y pertinente para toda la conducta verbal y para la conducta humana considerada globalmente” (Jakobson y Halle 1980, 138).

Se despliega así ante nuestros ojos una proliferación de proyecciones de la díada tropológica en todas las direcciones. Se convierte en el secreto de todo sistema de signos, reaparece en todos los lenguajes.2 Las dos operaciones básicas de la lengua se transponen a todas las manifestaciones de la actividad humana. Se presentan, pues, como estructuras básicas de la lengua y reaparecen como alegoría última a la que remite toda producción cultural, todo lenguaje. Como veremos enseguida, con la tétrada tropológica ocurre algo muy parecido.

La tétrada de metáfora, metonimia, sinécdoque e ironía se remonta a la retórica pos-renacentista, en particular a la propuesta de Giambattista Vico quien sigue la tradición de Lorenzo Valla en la reducción de la lógica a la retórica, y ha recibido un nuevo desarrollo de la mano de Kenneth Burke y Hayden White (Burke 1945, 503-517; White 2010 [1973]). Éste último elabora una versión de tétrada tropológica en su Metahistoria. La imaginación histórica en la Europa del siglo XIX (1973), y se extiende en sus aplicaciones a múltiples textos y ámbitos de la cultura en varios de sus trabajos, especialmente en Trópicos del Discurso (1978). Kellner analiza con máximo detalle las perplejidades que se siguen de esta tropología y de hecho él mismo se coloca dentro de esta tradición.

En la versión que estamos discutiendo, el primer paso se da a través de la metáfora que en el acto de nombrar produce las identificaciones de los objetos que aparecen y constituyen un campo semántico; luego viene la metonimia a la cual White le asigna principalmente una función reductiva y tiene como uno de sus efectos principales anidar dentro del campo semántico agentes, agencias y acciones; a estos dos pasos, le sigue la sinécdoque que con su poder de integración subsume lo particular en lo universal, el microcosmos en el macrocosmos, formando así conjuntos organizados de entidades; finalmente, la ironía hace posible la distancia crítica y funciona como el meta-tropo que revela el carácter figurado de las otras tres instancias de la tropología. Por ejemplo, un análisis como el presente sólo puede realizarse desde un punto de vista irónico, pues supone la consideración de que el poder traslaticio de la metáfora, la contigüidad metonímica, la integración sinecdóquica y la negación irónica no son más que figuras o tropos que funcionan como operadores básicos del lenguaje (White 2010, 45-46).

En Metahistoria los tropos prefiguran las relaciones posibles entre objetos dentro de un dominio. Esta prefiguración funge como el nivel “profundo”, epistemológico, en el que se fundan otros tres niveles argumentativos (de trama o estético, formal o cognitivo, ideológico o ético- político) que en conjunto configuran una grilla que contempla todas las combinaciones argumentativas posibles dadas dentro de la tradición discursiva de la imaginación histórica del siglo XIX. Lo importante para el argumento de Kellner sobre la proyección de los tropos hacia dominios que exceden el lenguaje es que, hasta aquí, no son más que operadores lingüísticos que diseñan los modos en que se relacionarán los objetos dentro del contexto de una explicación narrativa, i.e., histórica. Nos hallamos, pues, en el nivel del lenguaje. Pero enseguida nos asalta una duda respecto del estatus cognitivo de los tropos, pues Metahistoria sugiere al mismo tiempo otras dos inquietantes posibilidades. Allí White escribe que

La teoría de los tropos proporciona un modo de caracterizar los modos dominantes del pensamiento histórico que tomaron forma en Europa en el siglo XIX. Y como base para una teoría general del lenguaje poético, me permite caracterizar la estructura profunda de la imaginación histórica de ese periodo considerado como un proceso de ciclo cerrado. Porque cada uno de los modos puede ser visto como una fase, o momento, dentro de una tradición de discurso que evoluciona a partir de lo metafórico, pasando por comprensiones metonímica y sinecdóquica del mundo histórico, hasta una aprehensión irónica del irreductible relativismo de todo conocimiento (White 2010, 47).

Por una parte, como estructuras profundas del lenguaje los tropos pueden tornarse expresión del pensamiento; por otra, configuran la modalidad (¿discursiva?, ¿espiritual?, ¿cultural?) dominante de una época. La tétrada se proyecta, así, a la conciencia subjetiva y a la conciencia histórica de una época. En esta cita hallamos, además, una inquietante consideración sobre la relación inter-trópica que Kellner detecta con precisión quirúrgica. Tal y como está mencionado en el subtítulo del artículo que estamos comentando (“Structure or Allegory"), a diferencia de la oposición binaria de la díada estructuralista, la tétrada tropológica conforma “un ciclo cerrado”, i.e., una sólida estructura narrativa que supone un proceso que parte de la metáfora y culmina en la ironía, para recomenzar una vez más en el modo traslaticio y nominativo de la metáfora, justo como el ricorsi viqueano. Así postulada, la tétrada tropológica colapsa el eje sintagmático y el eje paradigmático de la lingüística estructuralista, integrándolos a ambos en una “lógica tropológica”, como la denomina Kellner (Kellner 1981, 20-21). Uno de los efectos de este colapso es la espacialización del tiempo y la temporalización del espacio. A la fugacidad del tiempo en el que acaecen los acontecimientos los tropos le otorgan el espesor de sus posibles relaciones; a la ilimitada amplitud del espacio (y los movimientos continuos que ocurren dentro de él) los tropos le añaden una secuencia de principio, desarrollo y final3 Si la tradición en la que se inscriben nuestros filósofos hace depender a la lógica de la retórica, este último movimiento introduce una secuencia lógica dentro de la relación inter-trópica presupuesta en la tétrada de marras. Un tropo se sigue del otro en la medida que están enlazados entre sí por contigüidad y según un orden preestablecido por su propio modo de operar. Pero antes de profundizar en este problema volvamos a la inflación tropológica pasando revista por algunos ejemplos tomados de la introducción a Tropics of Discourse, “Tropology, Discourse, and the Modes of Human Consciousness” (White, 1978, 1-25). Leemos allí que

  1. Piaget es considerado como uno de los redescubridores, aunque inconsciente de su “descubrimiento”, de la tétrada tropológica en su modelo del desarrollo ontogenético de la conciencia humana. White asocia la fase temprana del desarrollo sensorio-motriz con la metáfora; y la segunda fase, la representacional, en la que aparece la “función simbólica”, es asociada con la aprehensión de la diferencia a partir de la aparición de la contigüidad, que naturalmente supone la noción de “lo mismo”. Se trata del pasaje de la metáfora a la metonimia. De los siete a los doce años, en la etapa operacional aparece una “lógica de las relaciones” que permite clasificar objetos y agruparlos en totalidades, cuya naturaleza se presenta operando como la sinécdoque. Finalmente, en la adolescencia se desarrolla el razonamiento lógico y deductivo, una conciencia de segundo orden que razona acerca del pensamiento. Esta capacidad reflexiva o lógica es asociada por White, desde luego, a la ironía.
  2. La Interpretación de los sueños de Freud constituye otro redescubrimiento de la tétrada. De hecho, Kellner por su parte sigue este mismo derrotero en un ensayo titulado “Tropology versus Narrativity. Freud and he Formalists” (Kellner 1989, 252-266). Los procesos de “condensación”, “desplazamiento”, “representación” y “elaboración secundaria” que Freud descubre en la dinámica de los sueños son más imaginativos que racionales, y se corresponden prácticamente punto por punto con las operaciones de la tétrada tropológica. Son, pues, un redescrubrimiento, o imposición de los tropos maestros a la lógica de los sueños.
  3. El análisis de Marx de “Las formas del valor” desarrollado en El capital, explicado por White en Metahistoria, donde reduce las cuatro formas de valor a los cuatro tropos maestros; a saber, 1) la simple o fortuita; 2) la total o desarrollada; 3) la general, y 4) la forma dinero del valor (White 2010, 274-283). La idea es que la primera forma de valor de una mercancía es comparada con el valor de alguna otra mercancía de manera discreta y accidental; en la segunda se establece una cadena de equivalencias del valor de las mercancías expresado en una serie interminable; en la tercera todas las mercancías pueden ser expresadas en el valor de una de las mercancías de la serie; finalmente, el oro, la única mercancía cuyo valor de uso es casi nulo, expresa el patrón bajo el cual se valoran todas las demás. Vemos en la primera forma la semejanza metafórica, x es como y, en la segunda la cadena metonímica, en la tercera la subsunción de la parte al todo característica de la sinécdoque, y finalmente el absurdo “fetichismo de la mercancía” que expresa el valor de todas las cosas bajo la forma del dinero, pura convención que oculta el trabajo acumulado en las mercancías; Marx asume, pues, un punto de vista irónico con respecto al valor de la mercancía.
  4. El análisis de E.P. Thompson en la Formación de la clase obrera en Inglaterra (1989), quien según White muestra en la organización del libro el desarrollo de la clase obrera en cuatro fases que corren en paralelo al ciclo tropológico tetrádico. No se trata de un desarrollo exclusivamente cronológico, sino que cada fase atiende más bien a las estructuras de conciencia alcanzadas. La primera parte del libro, “El árbol de la libertad”, versa sobre las tradiciones populares, en cuyas semejanzas se reconoce el pueblo trabajador y se distingue de los ricos. La segunda, “La maldición de Adán”, se extiende sobre las diversas formas que adquiere el trabajo en la etapa industrial, dando lugar a una serie de elementos (formas de trabajo) equivalentes. En la tercera parte, “La presencia de la clase trabajadora”, las diversas formas de explotación son subsumidas bajo la forma de la explotación de una clase por otra, dando lugar a una conciencia proletaria. Finalmente, en el último capítulo del libro Thompson despliega un punto de vista irónico respecto del pasaje de la conciencia de clase a la autoconciencia, y evalúa su desenlace en la fractura del movimiento proletario. De este modo, White reconoce en cada una de las partes del libro una de las fases de la conciencia de clase alcanzada por la clase trabajadora inglesa, en concordancia con cada uno de los tropos según la serie: metáfora, metonimia, sinécdoque e ironía.

En estos ejemplos Marx, Freud, Piaget y Thompson son considerados como “redescubridores” de la tétrada tropológica y de su ciclo, aunque también en todos los casos su “descubrimiento” permanece ajeno a ellos mismos. Es el tropólogo, i.e., White en este caso, quien finalmente corona sus descubrimientos remitiéndolos a la base retórica que los informa. Una vez más, pasamos de los procesos oníricos, de la formación de la conciencia humana, del valor o de la clase obrera, al ámbito de la invención retórica; los más diversos dominios se reducen, como señala Kellner, a “una discusión sobre retórica en términos retóricos”. Pero, siguiendo a White,

¿por qué ha de reaparecer una y otra vez este persistente patrón? ¿Cuál es, al fin, su estatus? ¿Son reglas inherentes al discurso o están inscriptas en la conciencia misma? Su respuesta no despeja todas las dudas, sino que más bien suscita nuevas preguntas. Escribe:

La ubicuidad de este patrón de prefiguración tropológica, especialmente cuando se utiliza como clave para la comprensión del discurso occidental acerca la conciencia, inevitablemente suscita la cuestión de su estatus como fenómeno psicológico. Si apareciera universalmente como un modelo de discurso analítico o representacional, podríamos buscar reconocerlo como una verdadera “ley” del discurso. Pero, por supuesto, yo no reclamaría para él el estatus de una ley del discurso, ni siquiera del discurso acerca de la conciencia (puesto que hay muchos discursos en los cuales el patrón no aparece totalmente en la forma sugerida), sino solo el estatus de un modelo que se repite persistentemente en los discursos modernos acerca de la conciencia humana. Reclamo para él solo la fuerza de una convención del discurso acerca de la conciencia y, secundariamente, del discurso acerca del discurso mismo, en la tradición cultural occidental moderna. Y, más aún, la fuerza de una convención que en su mayor parte no ha sido reconocida como tal por sus diversos reinventores dentro de la tradición del discurso sobre la conciencia desde inicios del siglo diecinueve (White 1978, 12-13).

Si es cierto que se trata de una convención, entonces no hay nada necesario en ella. La conciencia podría configurarse de otra manera. Además, su persistente ubicuidad no es un alegato a favor de su utilidad como instrumento cognitivo, puesto que como dice el adagio si la tropología tetrádica sirve para todo, entonces no sirve para nada. Su potencial proyección a todos los dominios no la vuelve particularmente interesante si de lo que se trata es de aislar un objeto específico de conocimiento. Con todo, una vez reconocido, el patrón tetrádico tiene fuerza propia, necesidad interna. White señala que no es ni una ley del discurso, ni tampoco una ley propia del discurso acerca de la conciencia, sino que se trata de una convención: primero del discurso acerca de la conciencia, y luego del discurso acerca de sí mismo. Los modos de hablar sobre la aprehensión de la conciencia individual y colectiva y las modalidades del discurso coinciden en una convención tropológica. ¿Cuáles son las consecuencias, los efectos, de asumir la presencia de dicha convención en la tradición occidental? O, más precisamente, al redescubrir una y otra vez la tétrada tropológica en los más diversos dominios que versan sobre la conciencia y el discurso, ¿con qué se compromete el tropólogo que así procede?

II

Ya hemos mencionado la conexión inter-trópica que anida en la tétrada propuesta por Vico, Burke y White. La presuposición recíproca de los tropos maestros anuda la metáfora y la ironía como los dos extremos de un continuum que pasa por la metonimia y la sinécdoque y nos recuerda la antigua imagen de la serpiente mordiéndose la cola. La tétrada insufla de una coherencia interna a cualquier inflación que siga su patrón, por eso es posible sospechar que esta proviene del mismo sistema que proyecta. Kellner detecta aquí un proceso narrativo implícito en la inflación de la secuencia tetrádica que guarda correspondencia con los niveles de la organización lingüística sobre el morfema. Los tropos maestros en su ciclo inflacionario recorren la serie lingüística de léxico, gramática, sintaxis, semántica, a partir de las figuras inflacionarias de palabras, pensamiento, comprensión y discurso que, a su vez, se vuelven figuras de la inflación tropológica según la serie tropo, figura, símbolo y alegoría (Kellner 1981, 24). De modo que el sistema comienza con el tropo propiamente dicho a partir de la transferencia metafórica en la que una palabra, o varias dependiendo del punto de vista, es sustituida por otra. A este primer nivel, léxico, Kellner lo denomina figura de palabras (figure of words). El segundo nivel de inflación tropológica es asociado por Kellner a la figura porque produce un cambio en la forma y el significado puesto que dispone las sustituciones paradigmáticas en cadenas sintagmáticas, gramaticales, reguladas por la metonimia, a las cuales llama figura de pensamiento (figure of thought). Hasta aquí se parece bastante al esquema propuesto por Jakobson, pero Kellner agrega otras dos formas de figuración ligadas a las precedentes y en correspondencia con la sinécdoque y la ironía. La inflación sinecdóquica de los tropos es el símbolo, que reúne elementos lexicales y gramaticales, palabras y sintagmas, y a partir de una “suerte de sintaxis reguladora” produce una comprensión integradora. Por eso, denomina al símbolo figura de la comprensión (figure of comprehension). Finalmente, la inflación irónica da lugar a la figura del discurso (figure of discourse), la alegoría, que es “la clave de la estructura semántica del pensamiento en un texto completo o aun en la obra de un escritor” (Kellner 1981, 22-23).

Resulta curioso notar que la serie solo se hace visible cuando gobierna el punto de vista irónico, “metatropológico”, puesto que permite revisar a los tres tropos precedentes como figuras; dice: ‘esto es una figura’. Aquí se produce cierta paradoja: la base tropológica que informa al discurso vuelve a aparecer al cabo del análisis estilístico como alegoría, i.e., la narrativa histórica, la formación de la conciencia o la clase, la lógica de los sueños, todos ellos responden a una secuencia lógica que al final del análisis se revela como figura del discurso. Las categorías tropologizadas, digamos las formas de valor en Marx o las etapas ontogenéticas del desarrollo de la conciencia humana en Piaget, no solo guardan una relación interna entre sí, sino que en realidad dicen algo distinto de lo que parecen decir; alegorizan, pues, una figura retórica.

En esto no se distingue la tropología tetrádica whiteana de la díada tropológica estructuralista. En ambos casos, la función de la invención retórica (tropos) gobierna todo el discurso y reaparece en la función de estilo o expresión como una alegoría de los tropos. Sin embargo, mientras una configura un ciclo cerrado sobre sí mismo, la otra siempre excluye uno de sus extremos (o al menos eso se supone que hace). Presuposición recíproca o mutua exclusión. No obstante, tienen algo más en común, cada una a su manera logra evitar la inestabilidad tropológica.

Sobre este punto Kellner retoma uno de los problemas que Paul de Man presenta para cualquier teoría de los tropos o retórica a secas. En la suposición de que el lenguaje posee una base tropológica que lo informa, un giro o desplazamiento, está implicado al mismo tiempo que la relación entre significante y significado es inestable, pues puede ser diferida y no está fijada en ningún contexto. Si un lenguaje es un sistema de signos con significados internos o externos (intensionales o extensionales), entonces la figuración supone la ruptura o discontinuidad entre signo y significado (de Man 1990, 1998). Esa es la consecuencia directa de hacer de la figuración, del desplazamiento tropológico, la operación básica del lenguaje. Desde luego esto tiene serias implicancias para la escritura, la lectura y la comunicación en general: la brecha entre signo y significado interrumpe cualquier forma de comunicación. Reading es siempre Misreading.

El punto de vista irónico justamente pone esto en evidencia en el mismo momento que señala la base figurativa de todo lenguaje. El lector produce con su lectura, al mismo tiempo, algo que el texto no dice y dice algo que no quiere. Escribe de Man

A través de la lectura nos metemos, por así decirlo, dentro de un texto que, en un primer momento, ha sido un poco ajeno a nosotros y que ahora hacemos nuestro por un acto de comprensión. Pero esta comprensión se convierte de inmediato en la representación de un significado extratextual; en términos de Austin el acto de habla ilocutivo se convierte en un acto de habla perlocucionario; en término de Frege Bedeutung se convierte en Sinn (de Man 1990, 26)

En esta semantización de la lectura en la forma del reconocimiento de las figuras que informan al texto, pero que nunca clausuran su significado, su producto, la interpretación, se vuelve un nuevo signo cuya base tropológica ha de ser, a su turno, reconocida. Por eso, nada impide que estas figuras remitan, a su vez, a otras figuras, y así sucesivamente. Este proceso de fuga constante del decir o leer hacia otro nivel distinto al de aquello que se dice o lee, es justamente la alegoría. Se presenta, así, como la suspensión de la lectura por remisión a algo que la precede (de Man [1969] 1991, 207-253). Por eso, encontramos como resultado de la lectura que Jakobson o White hacen de los más diversos discursos, e incluso lenguajes, una estructura o base tropológica que informa al texto, tal y como hemos visto en los ejemplos precedentes de inflación tropológica; pero también hallamos uno de estos mismos tropos o figuras gobernando al discurso, como el resultado de la alegoría configurada por todas las relaciones internas del texto; de hecho, en la alegoría resultante de la lectura “descendemos”, por así decir, hasta los tropos. Pero, más que un descenso, lo que esta crítica deconstructiva produce es una mise en abyme.

Como se puede inferir de los análisis precedentes, la solución de Jakobson a este problema es justamente su postulado sobre los dos tropos fundamentales que gobiernan el uso del lenguaje. La inestabilidad que introducen los tropos puede ser estabilizada por su remisión a alguno de sus polos: el metafórico o el metonímico. A diferencia de White, el lingüista ruso apoya su tesis en una base empírica que nos envía al funcionamiento neurolingüístico del habla. Para White, en cambio, la tétrada tropológica es un patrón convencional de la tradición occidental. La reaparición de este patrón se da incluso sin que sus redescubridores sean conscientes de su descubrimiento. Es el tropólogo con su lectura quien detecta la reaparición de la tétrada clásica. Si utilizara el mismo procedimiento, pero sin anudar los tropos en una tétrada, entonces la proliferación tropológica se volvería indefinida y el procedimiento crítico del tropólogo naufragaría en la inestabilidad. La tétrada tropológica introduce una narrativa, una secuencia de presuposición recíproca de los cuatro tropos maestros. Aplicada a la lectura del discurso histórico, supone ya una filosofía de la historia en simientes. Como ha señalado Kellner, en Metahistoria White lee sincrónicamente al siglo XIX y evita el énfasis en un tropo dominante (Over Trope) que lo caracterice (la ausente sinécdoque que estructuraría todo el período), aun cuando lo lea como un ciclo cerrado (Kellner 1980, 19). Uno de los objetivos de Metahistoria es realizar un aporte que ayude a que la historia se libere del peso del pasado, o dicho de otro modo, ayudar a que la escritura de la historia pueda concebirse con mayor libertad (White 2010, 412). La postulación de los tropos como la base imaginativa que le da forma al pasado y que dispensa al historiador de los duros compromisos con un realismo externo al lenguaje, que lo libera de la objetividad y la neutralidad valorativa que esto supone, introduciría nuevas cadenas si su análisis pusiera demasiado énfasis en las necesarias relaciones inter-trópicas. De modo que este aspecto de la tropología es cuidadosamente “olvidado” por White (Kellner 1981, 29). Pero, ¿debemos suponer entonces que White reintroduce la tutela de la lógica allí donde parecía haberla supeditado a la tropología? Y otro tanto podríamos decir de Jakobson, quien coloca a los tropos como los operadores de base del lenguaje; pero al mismo tiempo, los ejes sintagmáticos y paradigmáticos deben permanecer separados para que no colapsen, y por eso la díada tropológica remite siempre en su funcionamiento a uno de los dos polos excluyendo al otro. Remite, pues, al principio lógico de tercero excluido: o es metáfora o es metonimia, no pueden ser ambos a la vez. De un modo similar al de los tropos maestros, la díada estructuralista parecería reintroducir la tutela lógica en sus esfuerzos para estabilizar el incesante movimiento de la tropología.

III

Así es como Wallace Martin lee en su “Floating an Issue of Tropes” (1982) los perspicaces comentarios de Kellner sobre la inflación tropológica. De las varias críticas que este autor realiza al trabajo que estamos comentando, hay dos en particular que revelan la dificultad que acarrea nuestro tema, y además podrían ser consideradas una confirmación de la tesis de de Man de que toda lectura o comprensión es una incomprensión o mala lectura. La primera de ellas considera en extenso diversas clasificaciones de los tropos, en especial aquellas que le dieron origen a la tétrada tropológica. Realiza, pues, una suerte de búsqueda de los orígenes de la tétrada. Para ello, se remonta a Quintiliano, Talon, Peter Ramus, Vossius, Vico, y a sus exponentes contemporáneos, Burke, White y Kellner. El rastreo de los orígenes de los tropos maestros da con un resultado esperable: desacuerdo respecto del orden en que los tropos son clasificados, e incluso en el caso de Quintiliano los tropos principales son tres en lugar de cuatro. En el caso de los contemporáneos hay un consenso más estrecho en la secuencia de clasificación (metáfora, metonimia, sinécdoque e ironía), pero la descripción del modo en que cada tropo opera es ligeramente distinta (Martin 1982, 77-79). Sin embargo, hay un dato inquietante: Vico no parece haber organizado a los tropos en el orden adjudicado por White. El autor más ilustre de los antecedentes de la tétrada y su funcionamiento no parece haberla registrado, o al menos no en el orden que se le adjudica (Struever 1976). En pocas palabras, cada retórico parece manipular la clasificación de los tropos principales y su modo de operar en el lenguaje. Las clasificaciones son, por tanto, arbitrarias y dispuestas para justificar un punto de vista.

La segunda objeción que nos parece pertinente para este trabajo se halla estrechamente ligada a la precedente, aunque no a primera vista. Como hemos visto, Kellner demuestra primero que White siguiendo una larga tradición supedita la lógica a la retórica: los tropos están a la base del lenguaje y a partir de ellos se generan las formas lógicas. Pero la solución al problema de la inflación tropológica, la inestabilidad y proliferación de los tropos, lo lleva en segundo lugar a sostener que White –y creo que también se podría incluir aquí a Jakobson - reintroducen la lógica en el centro de sus ordenamientos de los tropos (Martin 1982, 79). ¿Hay que suponer entonces que la tropología se basa en realidad en la lógica?

La réplica de Kellner no solo responde las cuestiones precedentes, sino que también ilustra la manera en que formula y responde –si lo hace- sus problemas la retórica. En efecto, en su breve respuesta en Diacritics, “The Issue in the Bulrushes: A Reply to Wallace Martin”, lo primero que señala es: “What is at issue is issue”, i.e., “lo que está en juego es el tema” (Kellner 1982, 84). La repetición de la palabra ‘issue’, casi en la forma de un retruécano, señala que lo que parece más evidente, el tema que se está tratando, es justamente la cuestión problemática: ¿cuál es, en efecto, el tema en discusión? Y dado que enfrentamos la cuestión de la inflación tropológica, derivada de la inestabilidad y la proliferación de la base figurativa del lenguaje, es que lidiamos con un “tema flotante”, como subraya Wallace Martin en el título de su trabajo. En definitiva, de lo que se trata es de la manera en que se problematiza esta inestable cuestión.

Es preciso señalar que la empresa de Kellner en “The Inflatable Trope” consiste en la pregunta ¿cómo funcionan los tropos?, o más específicamente, “¿qué es lo que hará una tropología dada?”.4 Esto no supone, al menos no en su caso, pasar revista a las clasificaciones de las figuras y de los tropos. A esa tarea se dio la retórica en su momento de decadencia, y prácticamente agotó su potencial en inanes catálogos de figuras (Todorov, 2001). Digamos que una tropología dada vale por aquello que permite –y no permite- hacer. Su enfoque generativo encuentra en la noción de “inter-trope” un concepto clave: “revela […] la doble naturaleza de los tropos: proceso y producto: el tropo como producto es una sustitución verbal en una página; el tropo como proceso es el acto de girar que produjo el producto”.5 Como hemos visto, la tétrada tropológica anuda a los tropos maestros en un ciclo donde las operaciones de uno dan lugar a las del otro dentro de un círculo que podríamos llamar virtuoso. Y también hemos visto que dicho círculo virtuoso está diseñado para evitar un particular peligro que anida en la tropología como una consecuencia de la inestabilidad: el nihilismo con respecto a los valores y el escepticismo con respecto al conocimiento. Si todos los giros estuvieran permitidos, si diera lo mismo process and product. The trope as product is a verbal substitution on a page: the trope as process is the act of turning which produced the product” (Kellner 1982, 85).

navegar y naufragar en cualquier tropo del lenguaje, entonces ciertamente perdería todo sentido dirigirse a cualquier lado. La justificación whiteana del ciclo tropológico está basada en razones morales y estéticas, tal y como señala Kellner (Kellner 1980). ¿Pero, entonces la necesidad introducida por el ciclo de marras implica un nuevo enseñoramiento de la lógica, al menos de una secuencia lógica, sobre la retórica? De ninguna manera. No se trata de cambiar un yugo por otro, sino de liberar las potencias de la imaginación para hallar nuevas formas de lidiar con el mundo, pero para que esto funcione hay que cuidar el interés en el mundo. La estrategia retórica que Kellner describe como ínsita en la serie de los tropos maestros busca un efecto esperanzador, a diferencia de la deconstrucción de Paul de Man o Derrida. Esto responde parcialmente la segunda de las cuestiones planteadas. Vayamos ahora a la primera.

¿Qué ansiedad se esconde tras la búsqueda de los orígenes? Sabemos hace tiempo que tales empresas revelan más sobre el buscador que sobre lo buscado (Foucault 1992, 5-29). “The Inflatable Trope”… comienza caracterizando el problema de la inflación tropológica con el ejemplo del tratamiento de diversos dominios temáticos, y del lenguaje en particular, como una cuestión retórica (“una discusión sobre retórica en términos retóricos”). A esta proliferación de propuestas de clasificación tropológica las denomina “construccionismo flojo” (“Loose Constructionism”), no en un sentido peyorativo como el mote de débil para designar ontologías o sujetos por oposición a otras ‘robustas’, ‘fuertes’, sino en el sentido de holgado, suelto, flexible (Kellner 1981, 16). Es una manera de tratar el carácter generativo y tropológico del lenguaje con una máxima flexibilidad, que a la sazón hace posible su proyección como un modelo para todo sistema de signos. Se evidencia aquí que lo último que importa es quién organiza los tropos de qué manera. Eventualmente, cada propuesta de clasificación puede ser evaluada según lo que permite o no hacer. Para Kellner entonces es menos interesante el estudio de las clasificaciones per se, que tomarlas como un índice de ciertas “ansiedades” retóricas que traen consigo ciertos problemas: tal es el caso de la inflación tropológica, para la cual se han propuesto algunas soluciones, por ejemplo la tétrada tropológica whiteana. A su vez, esta solución, como hemos visto, comporta una lógica tropológica utilizada para evitar la deriva tropológica indefinida.

Queda pendiente otra pregunta: ¿por qué, entonces, realizar una crítica a la manera de Martin o de Struever, que busca los orígenes de la tétrada para mostrar su inadecuación con las propuestas de sus antepasados ilustres? ¿Qué efecto busca generar el señalamiento del gobierno final de la lógica sobre los tropos? Enfocada de esa manera, la cuestión de la inestabilidad nunca fue un verdadero problema. El lenguaje finalmente está a salvo porque, por una parte, la multiplicidad de clasificaciones, el desacuerdo respecto a cuáles son los tropos principales y cómo operan en el lenguaje lo único que demuestra es que se trata de un pseudoproblema. Por la otra, cualquier carácter disruptivo que pudiera generar la base tropológica del lenguaje sobre el significado, queda subsanado porque, al fin y al cabo, la lógica -en aquella crítica- resurge en su gobierno sobre los usos del lenguaje.

Pero aquí hemos reintroducido todo aquello que la tesis de la subsunción de la lógica a la retórica se proponía eliminar: la oposición entre ambas. Estas objeciones solo pueden ser válidas si asumimos desde el inicio que lógica y retórica se oponen, y suponemos en sordina que, además, ambas se excluyen. Curiosamente, esta prodigiosa inversión de los argumentos de Kellner solo puede realizarse a través del uso de medios retóricos. Transmutando, específicamente, el valor de sus argumentos. What is at issue is issue.

Bibliografía

     

Recibido el 01 de mayo de 2019; aceptado el 03 de agosto de 2019.

1 Aristóteles conocía tres funciones o cánones de la retórica: 1) invención, 2) disposición, 3) expresión. En su época la retórica era una disciplina eminentemente pragmática. A este canon se le suma hacia el siglo II a.C. dos funciones más: 4) memoria, y 5) acción. Paulatinamente, la retórica pasa de cultivar una elocuencia eficaz a cultivar una elocuencia ornamental, tal y como lo ilustran la adición de las dos últimas funciones del canon (Cfr. Todorov 2001, 79).

2 Nuestro uso de ‘lengua’ y ‘lenguaje’ puede resultar equívoco, pero seguimos en su uso amplio a Jakobson cuando habla de lenguaje para referirse a cualquier sistema de signos, aunque en realidad toma sus ejemplos básicos de diferentes lenguas, i.e., idiomas hablados y escritos. Lengua refiere, pues, a sistemas de signos hablados y/o escritos y lenguaje a cualquier sistemas de signos en general.

3 Escribe Kellner: “The implicit tropologies found in a wide variety of Western thinkers and noted explicitly today by a number of critics point to a remarkable narrative process at work here. The tropes unfold upon themselves, projecting their paradigmatic dimension as a rhetorical system of categories onto a syntagmatic plane which represents their self- explanation. This tropological urge to «explain themselves» leads them conceptually through the stages corresponding to the levels of linguistic organization above the morpheme (Kellner 1981, 22).

4 Escribe Kellner: “Wallace Martin, I suspect, will wash his hands of the whole matter, despairing of ever restraining the illicit desire to find out what a given tropology will do. Instead of wanting to trope the tables, Martin wants to table the tropes” (Kellner 1982, 85).

5 “The notion of an 'inter-trope' points, it seems to me, to the double nature of trope as process and product. The trope as product is a verbal substitution on a page: the trope as process is the act of turning which produced the product” (Kellner 1982, 85).

Páginas de Filosofía, Año XX, No 23 (enero-diciembre 2019), 141-160